Mirar enciende la curiosidad. No importa que se trate de un químico a través de un microscopio, un naturalista a través de unos prismáticos o un astrónomo a través de un telescopio. Tampoco si es un reportero con su angular o un pintor con el ojo entrenado: la observación es una constante que subyace a todos los enfoques. Así resume Phyllis Lambert lo que da fundamento al conocimiento humano y estimula la labor creativa, incluida la suya propia, y el adagio le sirve también para rotular el personalísimo álbum con fotografías tomadas por ella que, todavía activa a sus noventa y ocho años, ha rescatado de un ingente acervo que se extiende desde los años cincuenta hasta las fechas de la pandemia.
De la réflex a los aparatos compactos y más tarde el iPhone, la arquitecta y filántropa siempre ha ido cámara en mano. Como ella misma explica en un sucinto texto casi traspapelado entre más de trescientas estampas, se estrenó documentando las obras del Seagram que supervisaba como hija del dueño, y al acabar sus estudios inmortalizó varios teatros clásicos que le sirvieron de referencias para el único edificio que proyectó, el Centro Saidye Bronfman. Como coleccionista y mecenas, en los setenta mapeó con Richard Pare los barrios antiguos de Montreal para promover su protección, y fue entonces cuando adquirió los primeros negativos de lo que acabaría siendo el archivo del Canadian Centre for Architecture fundado por ella.
Gracias al artista multidisciplinar David Cyrenne, que puso sobre la mesa unas ochenta mil imágenes, las seleccionó y las identificó, pasar las páginas del librito es recorrer una vida en retazos. Orquestado en sugestivos dípticos, en él nos asomamos a sus viajes a lo largo y ancho del globo, a lo que ve desde la ventana de su casa, a sus citas profesionales y a sus amistades. También al sinfín de arquitecturas que la cautivan, obras maestras o anónimas, pero capturadas con la misma querencia por los encuadres inesperados, la materialidad detallada y la luz teatral. Con la profundidad de campo, a fin de cuentas, de quien nunca sufrirá de vista cansada.