Francisco Burgos, arquitecto de elegante instinto constructor, acaba de publicar una reflexión en torno al espacio escolar construido en la región de Madrid entre 1868 y 1970. El lector recorre un siglo por fotos de archivo y documentos históricos en tanto que espectador actual y como antiguo usuario infantil de los ámbitos, siempre enigmáticos, del aula.
Se trata de un libro escrito con rigor, de escueta sintaxis y con una amplia información gráfica y documental; una excelente guía de viajes por los territorios del aula; o mejor, por los ‘lugares del alma’, pues el recorrido taxonómico y cronológico de la secuencia de sus páginas nos remite a revisitar las escuelas como los lugares de la primera mirada, qué gran desafío y qué reducida nuestra respuesta, como con evidencia nos hablan las páginas de este ensayo.
El proyecto de la arquitectura, como es bien sabido, describe y construye una historia. El aula es un lugar de acontecimientos donde desarrollamos y construimos nuestra propia biografía; el paisaje escolar nos inicia en el acontecer del tiempo, nos descubre la luz y el frescor del rocío, pero también nos hace sufrir la violencia administrativa o la tecnología autoritaria haciendo elocuente, a veces, que la forma del aula no revela la expresión de sus contenidos y, sobre todo, que no es el lugar donde acariciar el conocimiento con cadencia poética.
Recorrer estos cien años de trasiegos civiles y políticos por las aulas que nos presenta Francisco Burgos es llegar a comprender que el aprendizaje se transforma, en la mayoría de ocasiones, en la búsqueda de una ilusión.