La crítica de arte de Baudelaire y el arte de la crítica de Goya iluminan el vínculo entre pintura y escritura. Aunque desde las Vidas de Vasari han sido muchos los que han escrito sobre el arte de su tiempo, se atribuye a Denis Diderot la creación del nuevo género de la crítica de arte a través de sus crónicas sobre las obras expuestas en los salones parisinos, una actividad que un siglo después tendría al poeta Charles Baudelaire como su representante más emblemático. Los Escritos sobre arte, literatura y música del autor de Las flores del mal que ahora se publican en castellano contienen en efecto sus textos sobre los salones de 1845, 1846 y 1859, además del dedicado a la Exposición Universal de 1855 y el muy influyente artículo de 1863 ‘El pintor de la vida moderna’, que protagoniza su admirado Constantin Guys, un dibujante y pintor celebrado como cronista de su época. Baudelaire hallaba en los dibujos y grabados, en ocasiones reproducidos en la prensa, un testimonio fidedigno del espíritu del tiempo, y en el volumen exquisito y exhaustivo de Acantilado se incluyen dos textos de 1857 sobre ‘Algunos caricaturistas franceses’ (Daumier et al.) y ‘Algunos caricaturistas extranjeros’, donde Goya figura junto a Hogarth y Brueghel.
El Goya de Baudelaire es «un hombre singular (que) ha abierto nuevos horizontes a lo cómico», y también «un gran artista, con frecuencia horripilante». El poeta reconoce en él al verdadero artista, «siempre perdurable y vivaz, incluso en esas obras efímeras, siempre suspendidas de los acontecimientos, por así decir, que se llaman ‘caricaturas’». Glosando Los caprichos, «una obra maravillosa», Baudelaire asegura que reúne la sátira jovial de Cervantes con un espíritu mucho más moderno, a través de sus monstruos verosímiles e impregnados de humanidad. Y comentando Los toros de Burdeos, realizados al final de su vida, señala que «son nuevas pruebas en apoyo de esa ley singular que preside el destino de los grandes artistas y quiere que, rigiéndose la vida a la inversa de la inteligencia, ganen por una parte lo que pierden por la otra, de forma que, siguiendo una juventud progresiva, crezcan en audacia hasta llegar a la tumba»: ese es el Goya del ‘Aún aprendo’, aquel cuya obra tardía alcanza las más altas cotas de profundidad espiritual y ambición crítica.
Goya fue sucesivamente rococó, neoclásico y prerromántico, y muchos han comparado al pintor luminoso de los cartones para tapiz con el creador sombrío de Los desastres de la guerra o las Pinturas negras, juzgando que solo estas obras de su etapa final merecen considerarse genuinamente modernas, pero el profesor de la Universidad de California en Berkeley Anthony Cascardi argumenta en Francisco de Goya and the Art of Critique que el conjunto de la obra del artista aragonés —incluyendo los frescos, los retratos o los cartones— es una respuesta crítica al mundo en el que vivió: a la política, a la religión e incluso a los medios de representación. Esa modernidad de Goya, que le ha valido ser usado como precursor por los románticos, los impresionistas, los expresionistas y aun por los surrealistas, es una manifestación del espíritu de la Ilustración, pero al mismo tiempo —en obras como El tres de mayo de 1808— un alegato contra la barbarie que las Luces podían también albergar. Cascardi recorre toda la carrera del artista, desde las pinturas religiosas hasta La lechera de Burdeos, desde esa óptica crítica, con momentos estimulantes como el análisis comparado de los frescos de San Antonio de la Florida y los de Tiepolo en el Palacio Real, o como la glosa emocionante de su Autorretrato con el doctor Arrieta con que se cierra este volumen elegante y riguroso.
Si Goya fue un ejemplo excelso del arte de la crítica, Baudelaire representa un hito singular en la crítica del arte, y estos dos libros aparecidos de forma felizmente simultánea dialogan entre sí de forma necesaria y azarosa.