Miguel Aguiló ha escrito un libro sobre un tema apasionante y que le apasiona: los puentes. Se trata de un libro algo engañoso: por su tamaño y por su enorme representación gráfica parecería ese tipo de libros para regalar y ver a que tan acostumbrados estamos en los últimos años y, sin embargo, es un libro penetrante y difícil en algunas zonas, profundo, hecho con la intención de crear herramientas para poder afrontar el estudio historiográfico de los puentes, disciplina y conocimiento del que carecemos.
Los primeros capítulos, destinados a la definición y significación de los puentes, empiezan relacionando lo que caracteriza al puente con conceptos tan complejos y escurridizos como son el tipo, el sitio y el carácter, tres variables dependientes entre sí. Pues si al hablar del tipo tenemos una herramienta sencilla de clasificación —nos dice lo que es un puente arco, un puente recto, u otro colgado o atirantado— resulta que no es tan fácil como parece, pues la asimilación de los tipos depende de las características del asimilador, que los devuelve al público de una forma que constituye un tipo nuevo. No todos los puentes arco con tablero inferior de la misma luz son iguales, el propio Aguiló establece la interacción entre tipo y creatividad. Por otro lado está el sitio, no como algo que se encuentra sino como algo con que se crea lugar. Esta dificultad de separar conceptos se acentúa cuando se habla del carácter. Aguiló lo define bien: «el carácter es una propiedad comprehensiva que engloba lo descriptivo para acercarse a la totalidad expresiva de lo que es un puente». La sustancia toma forma haciéndose expresiva.
En los capítulos centrales se expone la historia del puente en España sin seguir la clásica pauta temporal: se establece una clasificación por tipos —puentes arco, puente viga y puentes de tirantes colgados y atirantados—, y dentro de ésta, se sigue la secuencia cronológica desde los romanos hasta la actualidad. No me atrevería a decir que están todos los puentes posibles, pero sí están todos los importantes, lo que permite establecer con claridad el desarrollo de todas las morfologías a lo largo del tiempo en España.
Resulta especialmente interesante el tratamiento que Aguiló hace de un área poco tratada y algo despreciada por los ingenieros: los puentes arco metálicos de finales del siglo XIX y los de hormigón armado de principios del XX. Época formidable que, al carecer de antigüedad suficiente, aparecía como marginal. La cobertura que se da al puente del Pino sobre el Duero, de José Eugenio Ribera es muy recomendable.
Esta publicación es también una oportunidad para apreciar lo buena que era la ingeniería española del siglo XIX. Los puentes de Zuera y el de Encinas de Abajo, de Lucio del Valle, son formidables a los ojos actuales. Las celosías metálicas primero y de hormigón armado después, de José Manuel Zafra y José Eugenio Ribera, tienen justa presencia en el libro para dar paso a los puentes actuales en celosía. También es bastante emocionante y completa la colección de los puentes colgantes españoles del siglo XIX. En conclusión, el libro de Miguel Aguiló es especial y esencial, no puede dejar de leerse y verse.