Internarse por un terreno tan poco explorado como es el de la historiografía de las exposiciones de arte, tratando de elucidar cuáles son las que «han formado y en buena medida forman parte del debate creativo que ha agitado el arte de la segunda mitad del siglo XX», y hacerlo huyendo «tanto del ensayo como de la interpretación como del posicionamiento crítico», según expone la autora en la introducción, era una tarea arriesgada.
La voluntaria renuncia a una tesis ordenadora en aras de la supuesta objetividad ha conducido en este caso a la atomización de la ingente información en nada menos que 42 subcapítulos, de modo que sólo desde una perspectiva entomológica se entienden las distinciones entre algunos de ellos. La ausencia de conexiones amplias convierte así la búsqueda de información en una labor fatigosa. Esta dificultad se entrelaza con la extrañeza que produce —a pesar de las justificaciones de la introducción— un criterio selectivo que ha llevado a no incluir exposiciones tan paradigmáticas como la organizada por Lyotard en 1985, Les immatériaux, o la que abrió la veda situacionista en 1989, The Situationist International 1956-1972. Son este tipo de exclusiones las que llevan a echar de menos un compromiso interpretativo explícito.
