La belleza antigua conserva su fulgor. Un rosario de exposiciones ha renovado el aura de la escultura clásica, y en sus catálogos se deposita el conocimiento y la emoción que las hizo posibles. La Fondazione Prada inauguró su sede milanesa con una estimulante muestra sobre el carácter serial de la escultura grecorromana, con un montaje de Rem Koolhaas, y la exposición coincidió en el tiempo con el blockbuster del British Museum sobre el cuerpo en el arte griego, que tuvo también a la escultura por protagonista; el Museo Soane exhibió pinturas y dibujos que muestran la centralidad de la escultura clásica en la formación de los artistas, un asunto tratado antes por la Real Academia de Bellas Artes madrileña a través de los vaciados de obras escultóricas de la Antigüedad: cuatro muestras de diferente dimensión, pero unidas todas por el hilo conductor de la belleza antigua.
El catálogo de la muestra milanesa da cuenta también de la realizada simultáneamente en Venecia sobre las reproducciones ‘portátiles’ de la estatuaria clásica (ambas comisariadas por Salvatore Settis) y reúne un extraordinario conjunto de artículos que muestran de qué manera tanto el canon antiguo como el contemporáneo expresan valores colectivos. Por su parte, el publicado por el British Museum tiene la misma estructura temática que la espectacular exposición a la que corresponde, y aunque los textos introductorios —encabezados por el de su comisario Ian Jenkins— tienen el rigor historiográfico que cabe esperar de la institución, el grueso del volumen recorre las secciones de la muestra con el espíritu pedagógico que conviene a la dimensión popular del evento. La más modesta exposición del Museo Soane, comisariada por Adriano Aymonino, que también escribe el texto principal del catálogo, compensa su pequeña escala con eruditos estudios sobre las piezas que se muestran, componiendo un fascinante retrato pixelado de la importancia que durante cinco siglos tuvo el dibujo de antigüedades clásicas en la educación artística. Fue ese el motivo que impulsó el formidable proyecto de la Real Academia madrileña para dotarse de réplicas de las grandes obras canónicas de la escultura clásica, que supervisaría el gran pintor y estudioso Anton Raphael Mengs en Roma y Florencia, y cuya muestra se acompañó de un ejemplar catálogo a cargo de Almudena Negrete, que junto con otros especialistas documenta una práctica que ha sobrevivido hasta tiempos muy recientes, pero que hoy parece hallarse en vías de extinción.
En su texto del catálogo de Prada, Rem Koolhaas se describe «blessed with a classical education», algo que todavía podemos afirmar los miembros de mi generación, acaso la última que se formó en el dibujo de la estatuaria clásica, entrenando el ojo y la mano en la reproducción de la belleza antigua. Si estas exposiciones anuncian una nueva aurora o sólo brillan con el fulgor del ocaso, es una incógnita que únicamente el futuro puede desvelar. Pero mientras tanto, las brasas de lo que un día fue incendio todavía nos iluminan y calientan, en el regazo de una Antigüedad insultantemente joven.