Los gases venenosos en la primera Guerra Mundial y los bombardeos urbanos en la segunda son antecedentes históricos de las formas del terror en un siglo que se inició con la devastación de Manhattan el 11-S, detonante de guerras libradas bajo la amenaza de la agresión química y bacteriológica.
El filósofo alemán Peter Sloterdijk escribió Temblores de aire entre el choque premeditado de los aviones de pasajeros contra las Torres Gemelas y la toma del teatro de Moscú por parte de un comando checheno, al que las fuerzas del orden respondieron con gases mortíferos. Éstos son sólo dos grados más en una imparable escala de terror cuya espita abrió el uso de gas clórico que hizo el ejército alemán el 22 de abril de 1915, en la batalla de Yprés. A partir de entonces, la guerra clásica se transformó en ‘atmoterrorismo’, una implacable forma de destrucción de la atmósfera que respira el enemigo. Ya no se trata de destruir cuerpos, sino ecosistemas; y el objetivo no es traspasar fronteras sino dominar «los requisitos vitales del otro», como dice Nicolás Sánchez Durá en el prólogo de la edición española.
Traducida al inglés pero todavía no al castellano, la obra póstuma del escritor alemán afincado en Inglaterra W. G. Sebald (1944-2001) se ocupa de un tema hasta ahora censurado por la memoria histórica de Alemania, la apocalíptica destrucción de sus ciudades por los bombardeos aliados (a la izquierda, Düren arrasada en noviembre de 1944). Por edad y circunstancias familiares, Sebald no los padeció directamente, pero la sombra de este episodio se proyectó siempre sobre su biografía intelectual. Con este libro, que suscitó una viva polémica, el gran autor y crítico constata el silencio de sus compatriotas sobre aquella catástrofe, y se adentra en las razones por las que la humillación y la culpa no hallaron cauce de expresión verbal.