Libros 

Opciones del high-tech

Hopkins y Grimshaw

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Opciones del high-tech

Hopkins y Grimshaw

Carlos Verdaguer 
30/04/1994


La línea de afinidad que conecta los artefactos metálicos de Buckminster Fuller con las fantasías coloristas de Archigram, y conduce hasta un hito como el Centro Pompidou —que otorgó carta de naturaleza a la arquitectura high-tech— transcurre más por las viñetas de 'Buck Rogers' y por las revistas pulp americanas de cienciaficción y divulgación científica de los años cincuenta —pasadas por el filtro pop y sesentaiochista— que por la arquitectura de Mies o de Charles y Ray Eames. El microcosmos high-tech, sin embargo, se buscó antepasados ilustres, proclamándose el heredero legítimo de todas las corrientes de hibridación entre la arquitectura y la ingeniería, y haciendo remontar sus orígenes hasta los hitos de la arquitectura metálica del XIX, Eiffel y Paxton incluidos.

Este universo, máxima expresión del optimismo tecnológico, se ha ido expandiendo para incorporar las más variadas referencias icónicas, al margen de toda homogeneidad. Así, dentro del mismo saco tienen cabida desde los cubos miesianos de metal y cristal hasta las osamentas estilizadas de Calatrava; desde los tensos toldos de Freí Otto hasta las negras pesadillas 'Blade Runner' de Nouvel; desde la fascinación aeroespacial de Foster hasta la de Grimshaw por la navegación ligera. Detrás de todo ello, el único fondo común es el de la concepción de la arquitectura como máquina.

Teniendo en cuenta este marco de referencia, no es de extrañar que cuatro de los máximos representantes del movimiento high-tech, Rogers, Foster, Grimshaw y Hopkins, sean originarios del Reino Unido, la patria del maquinismo y el punto de difusión en Europa del pop americano. De este cuarteto, los dos últimos son los menos conocidos. La publicación por Phaidon de sendas voluminosas monografías contribuirá sin duda a un mayor conocimiento de la obra de ambos. La de Hopkins, editada por Colin Davies y con ensayos de Patrick Hodgkinson y Kenneth Frampton, cubre toda su trayectoria desde los orígenes. La de Grimshaw, editada por Rowan Moore, con un ensayo de Kenneth Powell, se centra en el periodo 1988-1993.

Resulta revelador, al repasar conjuntamente las trayectorias de ambos arquitectos, comprobar cómo han ido divergiendo a partir de un mismo tronco común de ortodoxia high-tech, en respuesta a los nuevos tiempos que corren tanto para la tecnología como para el optimismo tecnológico.

En un momento en que la ideología dominante de la modernidad ya no reside en los delirios astronáuticos de los sesenta, sino que transita por el universo informático de los 'inmateriales' —mucho más difíciles de plasmar en la realidad nada virtual de la arquitectura— no son muy halagüeñas las perspectivas a largo plazo para el high-tech, al menos en lo que respecta a su pretensión de ofrecerse como expresión arquitectónica incuestionable del progreso técnico. Por otra parte, la realidad se muestra cada vez más reacia a dejarse representar mediante una imagen optimista y tranquilizadora de superficies pulidas y brillantes, sin espacio para la suciedad y el sudor.

Si a ello unimos que el futuro de escasez energética tampoco se presenta prometedor para las arquitecturas basadas en el aluminio, los enormes espacios acristalados y un nivel elevado de mantenimiento, no es extraño que representantes tan conspicuos del high-tech como Hopkins y Grimshaw hayan decidido tomar sus respectivas opciones: progresivo alejamiento en el caso del primero y huida hacia adelante en el caso del segundo.

Michael Hopkins —que comenzó trabajando con Norman Foster y realizando con su mujer Patty interesantes ejercicios en la onda de la casa Eames y la casa Wichita de Fuller, como son su propia casa y el sistema de prefabricación Patera respectivamente emprendió un proceso de distanciamiento del high-tech puro a partir de su campo de Cricket de Lord. En la Cutlery Factory, en la Bracken House y en las oficinas David Mellor ha ampliado su vocabulario para incorporar cierto contextualismo y las enseñanzas de la mejor arquitectura industrial británica y francesa, con referencias que abarcan desde lo expresionista y lo moderno hasta el mismo Louis Kahn. La siempre presente base tecnológica de su obra se mueve dentro de unas coordenºadas más próximas a las de Renzo Piano que a las de Norman Foster. Este eclecticismo tan británico le ha hecho merecedor del calificativo no tan contradictorio de 'historicista high-tech '.

La opción de Nicholas Grimshaw, por el contrario, se acerca más a la de Foster, coincidente con él en su afán de llevar a las últimas consecuencias las posibilidades de un high tech sin paliativos. Por ello, su obra se centra cada vez más en el último reducto de la arquitectura tecnológica, el que ofrecen las infraestructuras de transporte, donde la ingeniería toma el mando. Su obra, de indudable belleza, no deja sin embargo de suscitar la inquietud que despiertan aquellas vías que conducen a callejones sin salida en el mundo de la arquitectura. En cualquier caso, será como siempre el tiempo el que juzgue lo acertado de los respectivos caminos adoptados por estos arquitectos británicos.


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