El acto de copiar tiene mala prensa. Sin embargo, nuestra época celebra y practica la copia de forma sistemática, e incluso reivindica su valor como categoría artística. El clon, aunque no conlleva necesariamente falsedad, tampoco exige la reconstrucción de lo verdadero. Como explica Ascensión Hernández, este fenómeno es fruto, en nuestros días, de la nueva relación que mantenemos con la autenticidad, un concepto variable que se relativiza, magnifica o descarta según la época.
La autora repasa la clonación en la historia de la arquitectura, desde la reconstrucción historicista de la ciudad medieval de Carcasona a manos de Viollet-le-Duc hasta el facsímil del pabellón del Esprit Nouveau de Le Corbusier en Bolonia, y llega a la conclusión de que esta proliferación de clones está al servicio de la conservación del patrimonio, pero también de la rentabilidad turística. En su opinión, la cultura de la copia puede derivar en fetichismo engañoso, especialmente en los duplicados de las obras del Movimiento Moderno, donde se da un giro sorprendente: ¿qué pasa cuando la copia asume el valor del original? La réplica del pabellón de Mies van der Rohe en Barcelona, una maqueta a escala 1:1, proporciona una intensa y, por qué no, verdadera experiencia estética. Pero además, estos ‘neomonumentos’, que suministran una «escenificación selectiva de la historia», nos hablan de cómo juzgamos ciertos periodos históricos y de cómo nos proyectamos en ellos.