La biografía de Joan Miró asegura que durante 50 años no expuso en Barcelona. Que desde su primera muestra individual de 1918, celebrada en la galería Dalmau, y la gran retrospectiva de 1968 en el Antiguo Hospital de la Santa Cruz Miró, no pudo verse su obra en esta ciudad. Y podría ser, porque las críticas que recibió Miró en su primera muestra fueron tan feroces que no le debieron de quedar ganas de repetir. Pero no fue así. Entre 1931 y 1935 Miró, en un momento crucial de su trayectoria, cuando el arte oficial le seguía dando la espalda, expuso en la Barcelona republicana sus últimas creaciones en cinco ocasiones, antes que en ningún otro lugar. Fue en muestras celebradas en su propia casa, en la del arquitecto y gran amigo Josep Lluís Sert y en las galerías Syra y Catalonía en las que un grupo de personas pudieron ver en primicia las nuevas pinturas y esculturas del artista, días antes de que viajaran a Nueva York, París o Zúrich para ser expuestas y vendidas.
Este grupo, formado por un centenar de personas —arquitectos, artistas, fotógrafos, poetas, críticos de arte, galeristas, músicos, pero también comerciantes y burgueses ilustrados—, era el autollamado Amigos del Arte Nuevo (ADLAN) que vieron en Joan Miró un faro a seguir en sus deseos de aperturismo y de modernidad frente al llamado “arte antiguo”. Por su parte, Miró encontró en ADLAN un campo de prueba de su investigación más experimental y un preestreno antes de las presentaciones para el gran público. Esta relación y sus implicaciones centran la exposición ‘Miró-ADLAN. Un archivo de la modernidad’ que puede verse en la Fundación Joan Miró de Barcelona hasta el 4 de julio...
El País: Joan Miró, un faro de modernidad en la República