A mediados del siglo XX, la ética predominó sobre la estética y dio origen a esta corriente arquitectónica. Ahora Londres reimagina sus iconos.
Hay un lugar capaz de robar alguna que otra mirada al rotundo y elevado edificio neogótico de ladrillo rojo y más de 80 metros de altura que aloja a la estación de tren de Saint Pancras, al norte de Londres. Justo enfrente de tan británico icono, en Argyle Street, un ascensor exterior en forma de píldora roja sube y baja los 10 pisos del hotel The Standard London. Además de asegurar una vista hasta hace poco inédita de la vieja estación, su instalación le ha dado un toque pop a su propia fachada, que antes pasaba por completo inadvertida como frío bloque de oficinas. Es otro ejemplo del lavado de cara a la arquitectura brutalista que la ciudad británica está llevando a cabo en los últimos años. Los primeros en celebrarlo son los muchos detractores de este movimiento de posguerra. De estética tosca y materiales poco o nada elaborados, casi siempre limitados al cemento, el acero y algo de cristal, su propuesta prefería defender unos valores intelectuales cercanos a las ideas socialistas antes que la belleza. La idea no duró mucho, entre las décadas de los cincuenta y setenta del siglo pasado, pero sus huellas siguen presentes en una de las capitales de la arquitectura mundial. Aquí van unas pistas para apreciarlas...
El País: Brutalismo estilo ‘british’