Opinion 

High-rises and Heels

Bill Mitchell 
30/04/2004


Cuesta imaginar a Mies van der Rohe en zapatillas de deporte; lo suyo era crear rascacielos grandes, negros y brillantes para señores que, como él, calzaban zapatos grandes, negros y brillantes. Resulta asombroso cómo el Zeitgeist de una época queda reflejado en la similitud formal entre el calzado y la arquitectura, relación que puede verse entre las puntas de los zapatos medievales y la apuntada arquitectura gótica; entre las sandalias alternativas de Birkenstock y las formas confortables y libres del Sea Ranch; entre las botas de trabajo con elásticos laterales de R. M. Williams y las casas minimalistas de Glenn Murcutt; entre las bulbosas Nike Air de Michael Jordan —pasadas de moda cuando empezaron a verse edificios bulbosos— y la arquitectura burbuja de principios de la década. En la presentación del nuevo proyecto para la Torre de la Libertad en el solar del World Trade Center, la similitud arquitectura-zapato fue clarísima: estábamos viendo un tacón de Manolo Blahnik con la punta hacia arriba. Parecía como si David Childs y Daniel Libeskind se hubiesen inspirado mirando debajo de la cama de una de las chicas de Sexo en Nueva York.

Considerando la lógica estructural, tampoco es tan sorprendente. Para conseguir su efecto, tanto los Manolos como los edificios candidatos a ser los más altos del mundo dependen de la combinación de altura exagerada y esbeltez inverosímil. Si la superficie de apoyo es demasiado reducida, un exceso de carga vertical puede hacer que los tacones perforen las alfombras y que los cimientos hagan lo propio con el firme; aunque lo verdaderamente complicado son las cargas laterales. Estas maravillas de la ingeniería se desarrollan como voladizos empotrados y corren el riesgo de partirse o pandear sometidos a cargas de viento o las cargas excéntricas producidas por un paso vacilante. En ambos casos la solución más elegante es una forma que se va afilando, desde una base amplia hasta un remate en punta.

Entre la base y la punta, siempre que se mantenga en cada nivel unas dimensiones adecuadas, hay suficiente libertad para esculpir y dar textura a la superficie. La creatividad de Blahnik ha inventado líneas sinuosas, colores brillantes y patrones polícromos. Del mismo modo, a lo largo de varias décadas, los arquitectos de Nueva York han pasado de los perfiles escalonados de los primeros rascacielos a la severidad moderna de las torres originales del WTC, y más recientemente, a las esbeltas espirales de los diseñadores de zapatos. El forjado tipo de la Torre de la Libertad es un rombo que va rotando y estrechándose según asciende hasta la planta 70, generando una forma suavemente torsionada que consigue estilizar eficazmente los 250.000 metros cuadrados construidos de oficinas. El motivo del forjado torsionado tiene un antecedente (más rechoncho) en las torres de oficinas Neue Zollhof proyectadas por Gehry en Düsseldorf, así como en su reciente diseño para una botella de vodka (muy ingenioso, vodka con un twist).

Claro, que con 70 plantas no se alcanzan los 1.776 pies especificados por Libeskind en el proyecto ganador del concurso. Por otro lado, sin duda según los cálculos del socio consultor, Childs con SOM, añadir oficinas por encima de la planta 70 no era nada rentable económicamente, por lo que de alguna manera había que rellenar ese hueco. Una parte lo ocupa una estructura estérea de 122 metros de altura, donde se sitúan varios generadores eólicos. Me extraña que el mejor sitio para situar generadores de energía renovable sea en lo alto de Manhattan, pero al menos es un gesto verde en lugar de los jardines colgantes que Libeskind propuso inicialmente.

El remate de la torre es un pincho afilado parecido —según tantos columnistas se han apresurado a señalar— a un palillo de martini. Sin embargo, el partido que se puede sacar de los símiles simbólicos varía de acuerdo a cuáles sean las referencias culturales: un exceso de religiosidad puede llevar a interpretarla como una aguja o un minarete; los conocedores de la historia de la arquitectura de Nueva York lo entenderán, sin duda, como un homenaje al máster de amarre para dirigibles del Empire State; a los cinéfilos les recordará el logotipo de la RKO Radio Pictures y lo verán como un repetidor de señales de televisión; aquellos con la cabeza aún llena de las imágenes y la retórica arquitectónica hasta hace poco de moda pero hoy ya caduca, la verán como un fragmento quebrado. En realidad, su función principal es la de rellenar los 276 pies que le faltan a la torre para alcanzar los 1.776.

El efecto de este vertiginoso dispensador de analogías queda resaltado mediante el contraste con las torres de menor altura propuestas para el resto del solar, tacones más comedidos, como los que prefieren las jóvenes analistas de bolsa.

Este proyecto se enfrenta con un problema clásico de ‘semiótica arquitectónica’, según la elegante denominación de Roland Barthes en Mythologies. Por mucho que los creadores insistan en la asociación entre las formas de sus proyectos y determinados relatos (como en este caso han hecho los arquitectos), no siempre esas asociaciones llegan a cuajar. Resulta especialmente arduo proyectar un complejo comercial y de oficinas como un icono global de libertad política, y ese presunto significado seguirá siendo refutado y rediseñado según las formas ocupen su lugar en el sistema de signos de la cultura popular y sean utilizadas por los mecanismos de propaganda, debate crítico y apropiación tendenciosa con fines retóricos.

Les propongo un experimento. Si se concentran en los grandes ideales de la Independencia Americana podrán interpretar el brazo levantado de la Torre de la Libertad como un gesto solidario con la Estatua de la Libertad. Si, con algo más de cinismo, se ponen en lugar de un hincha del Brooklynite y lector del New York Post, puede que vean a un central de los Knicks llamando un taxi. Y entendiéndolo como expresión de la era de Bushbis —caracterizada por el más crudo patrioterismo, las mentiras sobre las armas de destrucción masiva y la demonización étnica y religiosa (en vez de ponerte una estrella amarilla de seis puntas, ponen tu nombre en una lista de sospechosos al pasar el control en los aeropuertos) y el desprecio por las libertades civiles—, ¿no recuerda el saludo fascista?


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