Opinion 

Signage and Aesthetics

Tourist pictograms on the national road network

Vicente Patón 
31/08/2000


Con la llegada del verano entran también en este país las migraciones del ocio. El turismo interno y externo invade la geografía ibérica buscando el relax de las playas, la belleza del paisaje y el conocimiento que aporta la contemplación del legado artístico. Más o menos por ese orden de preferencias, en correspondencia con la forma que ha tenido de venderse la piel de toro desde que en los años sesenta se descubrió como destino favorito de tantos europeos que buscaban desentumecerse con poco gasto del letargo invernal.

La novedad de este verano tiene fonética papal: SISTHO, que quiere decir Sistema de Señalización Turística Homologada, y consiste en un nuevo conjunto de paneles informativos que se está implantando en las carreteras de la red estatal, por iniciativa de la Dirección de Carreteras del Ministerio de Fomento, que en esta ocasión actúa a dúo con la Dirección General de Turismo del antiguo Ministerio de Economía y Hacienda. Su finalidad es la de informar al automovilista de los lugares de interés que puede hallar en su ruta, sobre todo de aquellos que son de calidad superior, y que en la selección efectuada contabilizan la cifra de 250, incluyendo parajes pintorescos y monumentos.

Hasta aquí todo corresponde a un planteamiento razonable, a partir del cual se han realizado exhaustivos estudios con un criterio científico que ha tenido en cuenta tanto el comportamiento de los individuos en tránsito y las señalizaciones existentes como el respeto por las normas de seguridad vial. Así, no cabría más que felicitar a los organismos responsables por tan meditada iniciativa si no fuera porque al contemplar las imágenes de los pictogramas que van a sumarse al panorama habitual de nuestras vías rodadas surgen inquietudes y dudas varias. Inquieta por un lado el hecho de que se siga sobrecargando el sistema señalético con nuevas llamadas de atención, cuando sufrimos sin remedio una creciente proliferación de signos y reclamos de todo tipo que van saturando el paisaje y haciendo cada vez más difícil una lectura atenta de las indicaciones básicas del viario.

La visión del mundo percibido a través del parabrisas devorador del atomóvil se vive con el vértigo y el desenfoque de una película de acción. No caben demasiadas distracciones si uno no quiere perderse los detalles importantes, y se agradece la concisión y la claridad tanto por razones de lectura como por poder dedicar la mayor atención a la propia conducción. Por otro lado y ya en baja velocidad, en la cercanía de los monumentos o lugares de interés, sería deseable despejar lo más posible el terreno de carteles y otras alteraciones paisajísticas que poco valor añaden al lugar y que sólo pueden enturbiar el inefable placer del descubrimiento pausado del objetivo, sin presiones al consumo acelerado de las sensaciones motivo del disfrute y del recuerdo de la visita.

En cuanto al diseño del novedoso SISTHO, la primera pregunta que uno se plantea es la de cómo es posible partir de unas bases tan estudiadas y llegar a un resultado tan banal y poco adecuado. No sabemos. Siempre se ha dicho que el infierno está empedrado de buenas intenciones, pero lo cierto es que en el salto que va de la proposición teórica a la materialización de la idea —que en toda actividad que roce los terrenos de lo artístico, como es el caso del arte gráfico, consiste en un salto en el vacío— ha habido un error de cálculo que ha precipitado este proyecto a un abismo poco deseable. No parece lo más recomendable hacer de cada pictograma un pequeño cuadrito con gran profusión de formas y colores —cuando se debe percibir desde una carretera a las velocidades actuales—, pero lo peor es la formalización que ofrecen los dibujos, con un lenguaje cuyo objetivo es ofrecer una imagen moderna y desenfadada, y que simplemente se queda en tópica y desfasada. Y el que se juegue con el tópico no es lo peor en estas técnicas de comunicación inmediata, porque tópico viene de topos, lugar, y expresa el lugar común que se tiene en el imaginario colectivo acerca de situaciones, lugares u objetos. Lo malo del tópico es que también actúa de forma reduccionista, y en este caso inquieta pensar como encajará el pictograma que muestra un suave paisaje de arboleda y laguna ante las dunas de Maspalomas o las abruptas gargantas del Cares, y no digamos del respingo que puede ocasionar el contraste entre esa imposible iglesia-castillo (?) expresionista del cartel y, por ejemplo, el Palacio de Carlos V en Granada.

Quizá la imagen más eficaz de las tres a nivel comunicativo sea la de las playas. Su claridad semántica es tal que parece recortada de un envase de bronceador. Y es que mirándola se huele la perfumada pringue de los protectores solares, se percibe el sol achicharrante y hasta el aroma de una tortilla de patatas. Lo que no está claro es que ése sea el tipo de playas que destacan por su calidad y singularidad, como explica la declaración programática; más bien parece referirse al tipo que uno procura esquivar en busca de lugares más relajantes.

El problema puede que se deba a esa desacertada dirección lingüística hacia el tópico en lugar de haber perseguido la síntesis, concretada como un icono, más universal por su mayor poder de abstracción y con mayor rotundidad pregnante. O quizá por no haber acudido al grafista adecuado, que al menos podría haber formalizado un diseño, si no más eficaz y procedente, al menos más elegante. Vivimos en un momento en el que parece que en los terrenos artísticos todo vale, con tal de que se asimile a una de las corrientes formales vigentes. La corriente del informalismo expresionista de la que beben estos dibujos se inspira en el expresionismo alemán de los años veinte, que tuvo un gran auge durante los alegres fifties y renació como emblema de modernidad gráfica en la década de los ochenta, de la mano de artistas como Mariscal, Ceesepe, Oscar Mariné y otros. Pero lo que puede tener una validez en el anuncio de una película de Almodóvar, por poner un ejemplo, lo mismo es un disparate como solución a un problema de ingeniería vial, y el resultado final de estos pictogramas da una imagen a medio camino entre un trabajo manual de preescolar y el cartelismo folklorista de aquel Ministerio de Información y Turismo de los tiempos de don Manuel. En cualquier caso poco recomendable cuando se están queriendo proporcionar códigos representativos de la realidad actual de este país que cuenta con grafistas y diseñadores de talla internacional.


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