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La edad de oro americana del Movimiento Moderno

Adela García-Herrera 
28/02/2007


La modernidad hizo un viaje de ida y vuelta. En la primera parte del trayecto se presentó en el MoMAde Nueva York en 1932, bajo la etiqueta de ‘estilo internacional’ y con Philip Johnson y Henry-Russell Hitchcock como maestros de ceremonia; y al volver a cruzar el charco en dirección al viejo continente lo hizo como una filosofía de vida que lo impregnaba todo. Precisamente ésa, que había sido la principal aspiración de la vanguardia europea, acabó por hacerse realidad al otro lado del Atlántico, una vez terminada la II Guerra Mundial.

Beatriz Colomina ha dedicado una parte sustancial de sus esfuerzos académicos a investigar el proceso de asimilación efectiva y transformación de la modernidad en Norteamérica. Si la fecha europea clave es 1923 —con hitos como la publicación de Vers une architecture de Le Corbusier, o del rascacielos de vidrio y el edificio de oficinas de hormigón de Mies van der Rohe—, su equivalente americano es 1949, el año de la Glass House de Johnson, de la Farnsworth de Mies y de la casa californiana de los Eames.

Las peculiares características de esta edad de oro americana del Movimiento Moderno hay que buscarlas en la evolución de los medios de producción masiva y en las tecnologías y materiales desarrollados o aprovechados por la industria bélica, pero también en las estrategias propagandísticas encaminadas a extender y popularizar un nuevo modelo de sociedad —con una nueva sensibilidad estética—, y en el papel que en todo ello jugaron museos y otras instituciones, la publicidad y los medios de comunicación de masas.

Continuación de Privacy and Publicity: Modern Architecture and Mass Media, este libro de la historiadora española afincada en Estados Unidos ofrece un abigarrado retrato de todos los factores y actores que contribuyeron a definir ese periodo único a través de ocho capítulos que se extienden entre dos hitos expositivos —la construcción de la casa de Marcel Breuer en el jardín de esculturas del MoMA y la Feria Mundial de 1964 en Nueva York—, aunque el escenario donde todo confluye es el espacio doméstico, un interior que ha dejado de ser refugio para convertirse en escaparate.

La edición de Actar encuaderna juntos un volumen con los textos —versiones o partes de los cuales habían aparecido ya en revistas y como capítulos de libros— y otro con un impresionante y seductor despliegue de fotografías, croquis y planos, anuncios, portadas de revista… Un código numérico vincula la narración escrita con su ilustración o ilustraciones correspondientes de la historia en imágenes.


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