No es fácil recordar la obra y el personaje de Saul Steinberg sin que se enrede la propia memoria. Recuerdo el entusiasmo de encontrarme con sus dibujos nada más empezar a estudiar en la Escuela de Arquitectura de Madrid, mediados los sesenta. Dos amigos algo mayores que yo, que llevaban algún tiempo preparando la entonces temible asignatura de Análisis de Formas y con los que me juntaba para dibujar historietas en las clases que más nos aburrían (ninguno teníamos talento físico-matemático), me enseñaron los dibujos de la Plaza de San Marcos y de la Galería Vittorio Emmanuele de Milán. Entonces no había fotocopias y cualquier dibujo era único: el libro de Steinberg era como un tesoro. No sabíamos que su autor era arquitecto, pero dibujaba arquitecturas con una mezcla fascinante de seguridad y de naiveté, con plumillas y pinceles que producían una caligrafía intensa y excitante. La maestría de Steinberg sugería una visión del mundo ligera, inteligente, llena de humor. A nuestro escaso juicio no parecía precisamente humor americano, porque también nos engolfábamos con algún número del Mad, y ahí sí que estaban los herederos del Capitán Corretón y el Gato Félix de los tebeos famosos; pero ciertamente Steinberg era producto y espejo de unos USA de Steinberg, aunque no dejaba de extrañarme que dibujase como bollos o soufflés los maravillosos automóviles americanos de la época. Así que tratábamos de imitar sus dibujos. No faltó quien, a la vista de tanto entusiasmo, advirtiera que el personaje parecía judío y que probablemente sería comunista, produciendo espontáneamente un eco de opiniones que seguramente el propio Steinberg habrá vivido personalmente. Parecía fácil imitarle pero pronto quedaba claro que Steinberg no era un principiante habilidoso sino un maestro con un ojo entrenado y una mano diestra o tan naif como se propusiera…[+]