Aunque el nuevo color de la camiseta de la selección italiana tiene más que ver con el apodo del equipo (azzurri, es decir, celeste) que con el azul marino que tradicionalmente vestían, sorprendentemente nadie ha protestado por el cambio; quizás es que ni siquiera nadie se ha percatado. Puede que haya sido un descuido, o puede querer decir algo sobre el clima crítico y sobre el conformismo que aquejan tanto al fútbol como a la arquitectura italiana. El nuevo celeste es un color desvaído, sintomático del juego que ha ofrecido Italia en este Mundial. Es un color intermedio, indeciso, como el hecho de tener uno de los equipos más potentes del campeonato y obligarlo a practicar un juego temeroso y a la defensiva. Nada hay en principio que objetar contra ‘lo intermedio’, dado su gran potencial en términos de tiempo y espacio, pero en este caso esa vía ha significado no aprovechar ni una sola oportunidad...
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