En algún momento de la historiografía, la idea clásica de que la arquitectura es un arte musical dejó ser un lugar común para convertirse en una suposición, si no anacrónica, sí al menos problemática. La modernidad, amiga de la pureza de los ritmos geométricos, se mostró, sin embargo, poco dispuesta a aceptar nada que tuviese que ver con el romanticismo burgués, su tufillo melómano, su manía por las Gesamtkunstwerke wagnerianas. A pesar de que estas reticencias han sacado definitivamente a lo musical del discurso crítico de la arquitectura, dos libros —uno, reeditado; el otro, resultado de una tesis doctoral— nos recuerdan que, lejos de perderse definitivamente en el limbo, perduran casos en los que la relación entre la arquitectura y la música sigue siendo fructífera.
El primer libro, publicado con el título algo inexacto de Música de la arquitectura, compendia los textos y dibujos que el ingeniero, matemático, arquitecto y músico griego Iannis Xenakis (1922-2001) fue produciendo desde que abandonó su país natal —tras ser condenado a muerte por contumacia en 1946— hasta pocos años de su fallecimiento en París, aclamado ya como unos de los compositores más innovadores del siglo que acababa de terminar.
El libro se estructura cronológicamente, un medio habitual de tratar materiales que son dispersos y proteicos. En el primer bloque —que constituye también un apasionante relato de las difíciles relaciones del artista griego con Le Corbusier durante su estancia de una década en el estudio de la rue de Sèvres— se estudia la ‘musicalización del espacio’, es decir, la incorporación de ritmos y estructuras dinámicas en las formas plásticas de la arquitectura. Las referencias son las propias del trabajo como arquitecto de Xenakis durante esta época: los paneles estocásticos ondulatorios de vidrio, los cañones de luz, los diamantes acústicos de Chandigarh y la Tourette, o las superficies geométricomusicales que definieron la forma del Pabellón Philips (cuya autoría, tradicionalmente dudosa, el libro contribuye a esclarecer).
Los bloques posteriores al abandono por Xenakis del estudio de Le Corbusier en 1959 tratan, fundamentalmente, su actividad como compositor y profundizan en las posibilidades artísticas de la ‘espacialización de la música’, revelando cómo, para el autor de Metastaseis, la concepción y la expresión musical, de modo análogo a la arquitectura, puede controlarse mediante los modelos espaciales y numéricos nacidos de las nuevas tecnologías, enriqueciéndose hasta convertirse en un campo fenomenológico privilegiado y completo.
Demostrar que la arquitectura es más que esa música ‘cristalizada’ o ‘congelada’ que querían los románticos y que la cópula de los medios musicales y espaciales puede seguir fertilizando experiencias estéticas integrales y relevantes, es el propósito del segundo libro reseñado. Música y arquitectura en el siglo XX huye de las analogías fáciles y estudia con rigor los ejemplos más sobresalientes de la arquitectura musical del siglo pasado, desde la indagación de nuevos tipos como el archiconocido auditorio de Scharoun hasta las invenciones mediáticas de Nono y Piano, pasando por los Politopos o las ambiciosas propuestas de ‘landart acústico’ del mismo Xenakis, para quien la «música, hija del número y del sonido, situada al mismo nivel que las leyes fundamentales del espíritu humano y la naturaleza, es el medio privilegiado para expresar el universo en su abstracción fundamental», palabras que demuestran que, pese a la crítica, aún perdura en el arte un cierto y fértil pitagorismo.