Como tantos desarrollos urbanos de Norteamérica, Mississauga —una ciudad sin historia de algo más de 700.000 habitantes en el área metropolitana de Toronto— busca su identidad, y confía en la arquitectura para encontrarla. Concebidas más como referencias visuales que como máquinas de habitar, estas dos torres residenciales son una respuesta icónica a esta búsqueda de carácter. Mientras que con su replanteo dan cuenta de la encrucijada de calles donde se erigen, con su volumetría insinuantemente alabeada señalan la nueva entrada a la ciudad mediante un símbolo reconocible. De hecho, la población local ya ha bautizado al edificio con el apelativo de ‘Marilyn Monroe’, una referencia femenina que contrasta con las alusiones fálicas que suelen tener los edificios en altura. El contoneo de los dos rascacielos —de 170 y 150 metros de altura— no responde tan sólo a la manida aspiración a la altura o a descollar del resto de construcciones de la ciudad, sino que se explica por la premisa de dotar con la mejor orientación a todos los apartamentos.