El hoy controvertido Leopoldo II auspició un ambicioso programa urbanístico destinado a mejorar la calidad de vida en las ciudades belgas y promover su despertar cultural, y fruto de estas instancias del Roi bâtisseur es el monumental edificio ochocentista que se erigió en el centro del haussmaniano ensanche de Amberes para acoger el Museo Real de Bellas Artes. Abierta al público en 1890, la colección —que se remonta a los ricos fondos de la Guilda de San Lucas amberina— se disponía a lo largo de una enfilade de salas con luz cenital y ventanales que asomaban a la ciudad, recorrido que fue desdibujándose en sucesivas reformas posteriores.

En el marco de una profunda renovación, una ampliación se oculta en los patios interiores para no restar protagonismo a la preexistencia, contraponiendo al conjunto restituido de galerías decimonónicas —en las que la paleta de materiales y colores utilizada remarca la grandeur neoclásica del edificio— nuevos espacios expositivos en blanco brillante e iluminados mediante lucernarios triangulares que proponen lecturas contemporáneas que complementan a la tradicional.

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