La arquitectura es una realidad espacial y material inseparablemente unida a su naturaleza perceptiva y visual: se proyecta y construye a partir del acumulativo bagaje escópico y analítico del arquitecto, y se documenta y difunde mediante un nuevo imaginario tamizado por el ojo del fotógrafo. El arquitecto decanta la realidad a través de la mirada para nutrir sus procesos creativos desde el almacén visual de la memoria, mientras que el fotógrafo, de forma inversa, traslada e indexa lo construido en una nueva realidad bidimensional. Desde hace tiempo sabemos, en definitiva, que la mirada —y su plasmación fotográfica— es el vector que ilumina a la arquitectura, antes y después de su construcción.
Celebramos la reciente publicación de dos libros que, desde las respectivas ópticas mencionadas, ponen sobre la mesa dos ejemplos sobresalientes de arquitecto fotógrafo y de fotógrafo de arquitectura. Descubrimos, por una parte, el archivo fotográfico personal del arquitecto Norman Foster, de quien era conocida su querencia por el dibujo como herramienta de análisis y de proyecto, pero no esta otra actividad, más privada e intimista, que le ha llevado desde su etapa de estudiante a registrar en diapositivas los viajes e intereses que han nutrido progresivamente su práctica profesional. Por otra parte, la reputada trayectoria como fotógrafa de arquitectura de Hélène Binet encuentra en una nueva y madura monografía un definitivo y necesario reconocimiento a una actitud y una coherencia mantenidas en el tiempo: un homenaje a su mirada intensa, sintética, sobria, elegante y poética sobre el espacio construido, diametralmente opuesta a la amanerada óptica que inunda de imágenes vacuas la promiscua propaganda arquitectónica.
El proyecto editorial de Foster se deriva de la exposición sobre el arquitecto celebrada en el Centro Pompidou en el verano de 2023, donde se mostró, retroiluminado, un importante número de diapositivas en color de 35 milímetros conservadas en su archivo. El resultado animó al británico a trasladar esos ‘registros visuales’ a formato fotolibro apaisado, sin otra pretensión que volcar una selección digitalizada —realizada por el equipo del archivo de la Fundación— de 135 diapositivas de entre las miles disponibles, y sin establecer otro discurso que el que surge de un recorrido visual ecléctico de cuatro décadas (de 1961 a 2000) sobre los ‘intereses’ y ‘pasiones’ del arquitecto: los vehículos y aviones, el arte, el diseño, el paisaje urbano y la propia arquitectura, con un especial aprecio por el territorio y la cultura estadounidenses. Foster peregrina a las obras de los maestros modernos (Wright, Le Corbusier, Kahn, Schindler, Niemeyer o Eiermann) y, aunque en ocasiones se queda con la imagen icónica del edificio-postal, en el mejor de los casos captura aquellos otros fragmentos y detalles que revelan la esencia de lo construido. De hecho, siguiendo la estela de los Eames, Venturi, Rossi, Rudofsky o su colega Pawson, lo mejor del Foster fotógrafo es su atracción hacia el documentalismo de lo ordinario y, en particular, hacia esas topografías vinculadas a la road movie: la mirada de Eggleston, Meyerowitz, Shore o Sternfeld parece palpitar en sus snapshots, reforzadas por la pátina vintage de la diapositiva.
Por su parte, el profesor Marco Iuliano y el comisario del MoMA Martino Stierli han trabajado con la complicidad y cercanía de Hélène Binet —nacida en 1959 en Suiza, formada en Italia y afincada profesionalmente en Londres— para poder desgranar en dos textos el alcance de sus cuarenta años de reputada trayectoria, respectivamente desde los aspectos más biográficos (colaboraciones con Hejduk, Zumthor o Hadid, referencias, aproximaciones y procesos) y desde los más conceptuales que subyacen en su sincrética manera de mirar la arquitectura. Para avalar la intensidad y singularidad de su fotografía —influida desde sus inicios por la de Lucien Hervé y fiel al gran formato analógico—, el selecto catálogo fotográfico no se vertebra según códigos arquitectónicos sino en torno a seis temas (trazas, luz, juegos, narraciones, secuencias y abstracción) que subrayan la necesidad de que la mejor fotografía de arquitectura no sea explícitamente sobre arquitectura, sino sobre las autónomas lecturas artísticas que esta puede transmitir; lecturas que, en el caso de Binet, se ciñen en su materialidad a la articulación y modulación de la luz sobre la superficie construida.