El centenario de la Revolución Rusa ha provocado el inevitable diluvio de publicaciones, pero probablemente ninguna tan singular como The House of Government. Escrita por Yuri Slezkine —un historiador nacido y educado en Rusia, que emigró a Estados Unidos en su juventud y hoy enseña en Berkeley—, la monumental obra interpreta el desarrollo de la revolución, desde la agitación contra el zarismo hasta las purgas de Stalin, a través de las vicisitudes biográficas de los dirigentes bolcheviques que habitaron la ‘Casa de Gobierno’, un colosal complejo residencial construido en 1931 enfrente del Kremlin por Borís Iofán, el arquitecto judío del nunca realizado Palacio de los Soviets y del pabellón soviético en la Exposición Internacional de París de 1937.
La denominada Casa del Comité Ejecutivo Central y del Consejo de Comisarios del Pueblo albergó en sus 505 viviendas de tres o cuatro dormitorios a la élite bolchevique, hasta entonces alojada en hoteles o palacios requisados, y fue en su día el mayor conjunto residencial europeo. Dotada de múltiples comodidades domésticas y de dotaciones colectivas como club, cafetería, teatro para 1.300 espectadores, cine para 1.500, biblioteca, dos gimnasios, campos de baloncesto y tenis, lavandería, clínica, guardería, banco y un sinnúmero de otros servicios y tiendas, la Casa de Gobierno se levantó al borde del río Moscova en un terreno pantanoso, usando 3.500 pilotes y maquinaria pesada proveniente de la obra de una presa hidroeléctrica.
Casi todos los inmuebles de vivienda construidos durante el primer Plan Quinquenal eran, como explica Slezkine, de ‘tipo transicional’, en los cuales a los residentes se les suministraban servicios colectivos pero se les permitía vivir en apartamentos familiares. El más conocido es la Casa para el Comisariado de Finanzas (Narkomfin) de Moisei Ginzburg e Ignaty Milinis, terminado en 1930, cuyo lenguaje blanco y desnudo de transatlántico lo hizo popular entre las vanguardias. La Casa de Gobierno, con unos recursos expresivos muy distintos, al hibridar el funcionalismo con el clasicismo, es sin embargo similar en la combinación ‘transicional’ de lo colectivo y lo familiar, lo que le valió críticas de arquitectos como Aleksandr Pasternak, hermano del autor de Doctor Zhivago, que defendía una transformación más radical de las relaciones sociales.
Slezkine, que abre su relato con sendas citas de Perec y Goethe, reúne en torno al complejo moscovita un elenco de personajes de dimensiones tolstoyanas, enredando tres hebras narrativas: la saga familiar de los residentes, el análisis de los bolcheviques como una secta milenarista, y la base literaria de los protagonistas de la revolución. La Casa de Gobierno se convierte así en la casa de vecinos imaginada por Perec, aunque con el Fausto de Goethe como inquilino ideal, y donde la domesticidad esmaltada de lecturas es el humus donde prosperan profecía, sacrificio y redención, para componer un aguafuerte de exacta estructura y meticuloso detalle que transita desde las conversiones idealistas a una nueva religión hasta la pérdida de la fe tras las depuraciones y ejecuciones que diezmaron a los habitantes del inmueble.
Obra de historia respaldada por un extraordinario esfuerzo documental, pero también obra literaria de poco común ambición, The House of Government interesará a los arquitectos que quieran desentrañar las corrientes intelectuales y artísticas que pugnaron por la supremacía en la Rusia revolucionaria, pero sobre todo a quienes aspiren a entender mejor un episodio épico y trágico del pasado europeo.