En La estructura como espacio se revela el ingeniero que hizo posibles no pocas de las arquitecturas suizas publicadas en las páginas de AV y Arquitectura Viva. El pabellón de Peter Zumthor para la Exposición Universal de Hannover, la Escuela de Tecnología de la Madera de Meili y Peter en Biel, o la Volta Schule de Miller y Maranta en Basilea, aparecen en el libro como parte de una investigación permanente sobre el método de cálculo y de trabajo de los materiales. En un libro que es casi una memoria, Jürg Conzett habla de sus hallazgos para tensar o postensar hormigón, madera o piedra. Toma con orgullo la herencia de los ingenieros suizos, especialmente de Robert Maillart, para argumentar su discurso sobre la forma de las construcciones y para preguntarse por la forma, pensando desde el cálculo, desde el paisaje o desde la lógica misma de la construcción. Las reflexiones de Conzett transmiten su propia experiencia de trabajo como ingeniero y de colaborador con arquitectos, y son especialmente apreciables cuando tocan temas críticos, como el juego de la intuición estructural y de la imaginación formal en el proyecto. En el libro, sus hermosos puentes y pasarelas, alardes de ingeniería, se declaran deudores de la obra de Brunel y de Maillart. Un texto de presentación de Bruno Reichlin va más allá y establece el paralelo de Conzett con un Calatrava visto todavía con su aura de politécnico suizo. Sin embargo, en estos días en que está viva la polémica del arquitecto valenciano por el puente de Uribitarte, su comparación con los puentes del suizo resulta un tanto penosa. La obra de Conzett podría servir de manual de rehabilitación para los autores de tanto desafuero ingenieril y arquitectónico que nos acosan en autovías, puentes, aeropuertos y demás.