Uno de los acontecimientos editoriales de 2009 ha sido, en mi opinión, la reedición facsímil del libro Soviet Aviation, diseñado por Alexander Ródchenko y Varvara Stepánova para la Exposición Mundial de Nueva York de 1939. Esta reedición ha corrido a cargo de la editorial Lampreave de Madrid y cuenta con un texto introductorio de Alexander Lavrentiev, nieto de Ródchenko, diseñador, historiador de arte, profesor de la Universidad Estatal de Diseño Sergéi Stroganov y de la Escuela de Fotografía y Multimedia de Moscú, y un extenso ensayo de Ángel González García, profesor de arte contemporáneo de la Universidad Complutense.
No se trata de un libro técnico, de hecho ni se reseñan los tipos de avión mostrados, a pesar de que algunos ya eran célebres entonces por haberse utilizado y distinguido en la Guerra Civil Española, como los cazas Polikarpov I-15 y I-16 o el bombardero Tupolev Sb-2 popularmente conocido en España como Katiusha. También se da la paradoja de que algunos de los aviones mostrados eran totalmente obsoletos en 1939, algo sorprendente teniendo en cuenta que el libro se presentó el 1 de septiembre de aquel año, justo el día en que empezó la II Guerra Mundial. De ahí que pueda pensarse con fundamento que —sin dejar de ser un libro de propaganda, con texto oficial introductorio junto a los retratos de Lenin, Stalin y Voroshilov—, Ródchenko y Stepánova se ocuparon en enfatizar la mitología épica del vuelo y la conquista de este sueño milenario como un símbolo de la nueva sociedad creada por la Revolución Soviética, más que en la máquina en sí, tratada como mera prótesis del cuerpo del Ícaro bolchevique.
El protagonismo, pues, se lo llevan los pilotos, héroes del pueblo como Mijaíl Grómov capaces de las más intrépidas misiones, tanto de carácter científico como deportivo en una época en que los récords de velocidad, distancia y altitud caían a un ritmo desenfrenado. Dentro de la cultura política de la época, fuertemente permeada por un nacionalismo decimonónico corregido y aumentado por la confrontación ideológica a tres bandas entre la democracia liberal capitalista, el fascismo y el comunismo, la exploración científica y el deporte de base tecnológica como la aviación o el automovilismo actuaban de escaparate de una capacidad fácilmente extrapolable al terreno militar. Si los automóviles de carreras alemanes de los años treinta machacaban a la competencia de una forma aplastante, no había razón para no creer que lo mismo podían hacer sus aviones de combate en un momento en que Alemania se estaba rearmando a marchas forzadas.
Dejando de lado el detalle de que el automovilismo siempre ha sido un campo de actividad ideológicamente de derechas, en la Unión Soviética de aquella década un tractor era más importante que un coche de carreras, y ello hacía de la aviación nacional el estandarte de los logros tecnológicos de la Revolución. El monopolio de la velocidad pertenecía al Estado y los nuevos hombres y mujeres soviéticos eran los encargados de dominarla. Los aviadores eran la crema de la modernidad y de los pocos que podían ser héroes individuales sin sospecha de traición al ideario comunista. Es curioso que en el apartado del paracaidismo, un terreno en el que lo deportivo y lo militar se confunden, Ródchenko y Stepánova no utilizaran las espectaculares imágenes de la técnica de salto rusa de la época, consistente en salir del avión en pleno vuelo, colocarse en línea con el resto de los camaradas con el cuerpo plano sobre las alas, para soltarse al recibir la orden y dejar que la fuerza del viento se los llevara. Hay material fílmico que pone los pelos de punta. Es muy probable que la falta de tiempo con que los diseñadores tuvieron que trabajar les forzó a utilizar lo que tuvieron a mano.
Como muy bien dice Lavrentiev en su texto, el libro se desdobla como un poema fotográfico, aunque yo añadiría que es también una partitura visual articulada por medio de un diseño gráfico absolutamente rompedor, un story board que hubiese podido, sin dificultades de concepto, convertirse fácilmente en narrativa cinematográfica. Se trata de una obra futurista en estado puro, quizá una de las últimas que pudieron realizarse antes de que las purgas estalinistas, funcionando a todo trapo cuando el libro fue realizado, acabaran para siempre con una vanguardia estética e ideológica que el exseminarista del Kremlin era incapaz de comprender.