El libro de Jorge Fernández-Santos trae a la actualidad el pensamiento arquitectónico del español Juan Caramuel Lobkowitz (Madrid, 1606–Vigevano, 1682), fecundo polígrafo, teólogo y admirado matemático partidario de la Nueva Ciencia desde el probabilismo filosófico; un probabilismo que plasmó en su Architectura civil, recta y obliqua… (Vigevano, 1678), sin duda el más ambicioso tratado de arquitectura hasta entonces escrito en lengua española.
Hombre de su tiempo, incansable y reflexivo homo viator por tierras europeas —Países Bajos, Palatinado renano, corte imperial de Praga y Viena, y, sobre todo, Italia, especialmente la Roma papal—, español fuera de España que hace juiciosa la distancia, Caramuel discurre sobre la disciplina arquitectónica desde las inquietudes culturales de su siglo. Como previene Fernández-Santos ante la posible «erudición invasiva» del tratado, la arquitectura no fue para Caramuel un asunto más entre las muy diversas disciplinas que trabajó en vida; y es a esa meditada trama argumental —la forma mentis del tratadista— hacia donde nos dirige el análisis del ideario arquitectónico de Caramuel.
Desfila por él, entre otros numerosos temas, una concepción de la arquitectura tributaria de una teología especulativa de sesgo biblista, e influida por los nuevos hábitos de la ciencia. El autor narra la fascinación de Caramuel por la estereotomía razonada en «científicos cánones», elevando al Escorial a paradigma arquitectónico moderno («summa architectonica en piedra»). Con un radical concepto moderno del lenguaje clásico —contrario a mantener intacta la autoridad de Vitruvio o a la declinación de los órdenes elaborada en el Renacimiento—, Caramuel amplía, desde el marco aristotélico, el corpus de órdenes arquitectónicos, incorporando a los cinco órdenes sancionados por el canon clásico otros nuevos, entre ellos el orden mosaico.
La gestación teórica de la arquitectura oblicua —que, junto a la arquitectura recta, da título al tratado de Caramuel— configuró un singular idiolecto en la cultura del Barroco. La extraña expresión geométrica de lo oblicuo llevada al lenguaje de los órdenes y, por extensión, a la morfología de la arquitectura clásica, mediante plantas y superficies curvas o rectilíneas, sería uno de los temas clave de su tratado. En los múltiples grabados dedicados a las diversas oblicuidades arquitectónicas —viviseccionadas por el dibujo en láminas de milimétrica elocuencia—, Caramuel fue consciente de sus propias indagaciones en torno al ‘experimentalismo visual’, es decir, la importancia de los ojos en el juicio de la buena arquitectura, incluso a través de láminas que pudieran verse «con los ojos sin necesidad de discurso alguno».
Buena parte de sus axiomas oblicuos fueron confrontados críticamente en la Roma del pontificado de Alejandro vii, en particular con la berninesca plaza de San Pedro y su columnata —ese «Amphiteatro Oval» de tan compleja sintaxis clásica—. Del mismo modo, en sus últimos años de vida (1673-82), ya como obispo de Vigevano en la Lombardía española, Caramuel buscó sustanciar sus ideales oblicuos —atravesados por su reciente biografía romana— en la fachada de la catedral, dando proporciones, ópticamente, al irregular trapecio de la plaza a la que precede dicha fachada, mediante una sutil sección elíptica con registros oblicuos, y disponiendo, por otro lado —como ya había hecho Pietro da Cartona en Santa María della Pace de Roma— una portada en el extremo lateral curvo de la fachada, abierta al bullicio de la calle, al tránsito de paseantes y carruajes.
Fernández-Santos, en este libro de amplios y plurales registros culturales, consolida la senda abierta en la historiografía de la arquitectura española por los estudios de Antonio Bonet Correa y Juan Antonio Ramírez en torno a 1980 sobre la figura de Caramuel, casi en paralelo a los realizados por Werner Oechslin sobre la recepción de su obra en Guarino Guarini, o a los de Angela Marino sobre el eco de las ideas de Caramuel en la gestación de la columnata de San Pedro. La publicación facsímil por parte de Antonio Bonet Correa, en el año 1984, de la Architectura civil recta y oblicua, con un importante ensayo introductorio —sin duda, un hito editorial—, contribuyó decisivamente a socializar historiográficamente la obra. Acaso expresión de una simultaneidad cultural, este resurgimiento contemporáneo de Caramuel tuvo lugar unos años después de que Paul Virilio y Claude Parent propusieran, en 1964, la fonction oblique en una actitud inconformista contra la ortogonalidad sin fisuras, y al mismo tiempo del envite de Peter Eisenman por las axonometrías en oblicuo, en pro de una investigación eminentemente sintáctica de la forma arquitectónica.