Los últimos ensayos de Peter Handke y Enrique Vila-Matas se ocupan de la arquitectura y del arte desde ángulos inesperados. Obras menores de autores mayores, decepcionan quizá por lo que cabe esperar de su talento literario, y también por los antecedentes que en ambos casos despiertan la curiosidad anticipada del lector. El escritor austriaco coloca su libro bajo la advocación de Junichiro Tanizaki, al que cita in extenso y de cuyo El elogio de la sombra obtiene singular inspiración; pero Ensayo sobre el Lugar Silencioso carece de la poesía serena del japonés, y en su lugar transmite una angustia impalpable que enhebra su tránsito por los retretes de su biografía, en los que ha buscado reductos de soledad y silencio. El narrador barcelonés, por su parte, nos ofrece un libro de encargo sobre sus colaboraciones con la artista Dominique Gonzalez-Foerster, escrito a petición de su editora francesa y resuelto formulariamente con el registro pormenorizado de sus correos electrónicos y llamadas telefónicas, aderezadas con un chisporroteo de citas literarias, de suerte que hace añorar, no sólo libros esenciales como Bartleby y compañía, sino divertimentos como su primera incursión en el mundo del arte, Kassel no invita a la lógica, que se reseñó en estas páginas en 2014 (véase Arquitectura Viva 161).
‘Lugar Silencioso’ es el eufemismo con el que se menciona el retrete en alemán, y Handke usa este término lírico para extender su ensayo a otros ámbitos de refugio «frente al infinito fragor… de los espacios habitados». Pero Handke inició su proyecto documentándose sobre los baños, y desarrolla su texto extrayendo de la memoria experiencias personales enhebradas por el hilo conductor del ensimismamiento, desde los váteres de su infancia hasta los servicios de un templo japonés. En todos ellos encuentra un universo de formas que le anima a presentarse como «el geómetra de los Lugares Silenciosos», amalgamando la belleza de lo necesario con la emoción introvertida de la clausura. Siempre atento al rumor de lo cotidiano, y siempre extraviado en los laberintos de su sensibilidad, Handke ha construido un artefacto de extrema minuciosidad e impecable factura literaria.
Vila-Matas no es menos minucioso en la crónica de su relación con la artista francesa, que se declara prisionera literaria de un triángulo formado por el propio Vila-Matas, Roberto Bolaño y W.G. Sebald. El volumen toma su título de la película de Resnais, El año pasado en Marienbad, de la que fue guionista Robbe-Grillet y que, en palabras del autor, «influyó decisivamente en mi fascinación por el cine incomprensible». Pero la conversación entre el escritor y la artista no la protagoniza el cine —presente sin embargo a través de Wenders, Godard o Rohmer— sino la literatura; y Vila-Matas atribuye la buena sintonía entre ambos a la coincidencia en el aprecio de Conrad, Sterne, Roussel, Perec, Borges, Barthes o Bioy Casares. En todo caso, por la narración desfilan también Rimbaud, Nabokov, Beckett, Cioran, Hölderlin, Tolstoi, Onetti, Burgess, Walser, Magris, Canetti o Duras, no siempre bien citados (‘Je est autre’ en lugar de ‘Je est un autre’, la cita mítica de Rimbaud; Espacios de espacios en lugar de Especies de espacios, el libro de culto de Perec), en un carrusel exasperante y extenuante, y al cabo innecesario.
Si el mosaico de referencias de Vila-Matas ofrece una cartografía de su universo literario, el centón de retretes compuesto por Handke suministra un mapa pixelado de su recorrido vital, y de esta intimidad biográfica brota en ocasiones la emoción. No es, como el libro de Tanizaki, la elegía por una estética que se desvanece, sino una exploración de su mirada en el espejo fracturado de un racimo de Lugares Silenciosos. Frente a la logomaquia caudalosa del barcelonés, el austriaco escribe sobre los espacios donde se refugia cuando pierde el habla, y su transparencia lacónica suscita a fin de cuentas más empatía que el entusiasmo de converso por los hermetismos del arte conceptual. Pero serán los lectores y el tiempo los que juzguen.