«La mano es la ventana de la mente.» La tesis de Kant sugiere que no hay ideas sin objetos, de igual modo que no puede haber arquitectura sin materia y sin dedos que puedan acariciarla. El mundo nos toca: Juhani Pallasmaa ha dedicado toda su carrera a convencernos de esta verdad, y los dos gruesos volúmenes de Encounters, que agavillan buena parte de los ensayos que el finés ha escrito desde 1980, no hacen sino recordárnoslo.
Pallasmaa es hoy un crítico muy reputado: los términos que ha contribuido a divulgar —’fenomenología’ y ‘hapticidad’— informan el discurso de parte de la teoría que hoy se escribe; su tan breve como delicioso Los ojos de la piel se ha traducido a varias lenguas y es lectura obligatoria en escuelas de arquitectura de todo el mundo; y él mismo es miembro del jurado del premio Pritzker desde 2006. Pero, contra lo que pudiera sugerir la continuidad de sus ideas a lo largo de treinta años, el decurso del finés no ha sido lineal. Para encontrarse con la materia de la arquitectura, Pallasmaa, como en la historia bíblica, tuvo primero que caerse del caballo.
De hecho, su trayectoria comenzó con la militancia en el bando de aquellos que, en Finlandia, postulaban un retorno a los principios del racionalismo y la prefabricación modernos, y se oponían —por muy extraño que ahora nos pueda parecer— al organicismo de Alvar Aalto. Fruto de aquella época es Moduli 255 (1971), un sistema de vivienda industrializada con madera en el que Pallasmaa conjugó el rigor de la seriación con un lenguaje a medio camino de Mies y la arquitectura tradicional japonesa. La conversión a las verdades materiales y hápticas llegaría algo más tarde, cuando nuestro arquitecto descubrió, gracias a Bernard Rudofsky, los poblados de las tribus dogón, y, sobre todo, tras su estancia en Etiopía (1972-4), donde constató de primera mano cómo, lejos de producirse a través de la vista, el aprendizaje y la experiencia de la arquitectura dependen del sentido del tacto.
Pallasmaa abandonaría así el racionalismo para volver al redil de la mejor tradición nórdica, la de Aalto, Pietilä, Wirkkala o Rasmussen, empapándose además de las lecturas que por aquellos años sostenían la parte más perdurable del posmodernismo: la inspirada por Merleau-Ponty, Bachelard y Heidegger a través del trabajo admirable de Christian Norberg-Schulz, al que sin embargo Pallasmaa apenas suele citar.
Este es el contexto en el que deben entenderse las ideas que desde entonces el crítico finés viene defendiendo con tanta tozudez como éxito académico, tesis como que la arquitectura es, al modo heideggeriano, la «materialización de un espacio existencial», que la relación del cuerpo humano con tal espacio es ingenua, prerreflexiva e irreducible a todo discurso lógico, y que, a la postre, las experiencias arquitectónicas no son sólo visuales —como sostiene la tradición ocularcentrista de Occidente—, sino más bien sinestésicas, y fundadas en nuestras capacidades hápticas.
A Pallasmaa se le suele adjudicar también el mérito, un tanto pomposo, de haber introducido la fenomenología en la arquitectura, habida cuenta de que editó en 1994, junto a Steven Holl, un número dedicado al tema por la revista toquiota a + u, y titulado ‘Questions of Perception’. Con todo, la mayor parte de sus ideas proceden de la filosofía del siglo XX, alemana y francesa, y de teóricos de la arquitectura como los mencionados Rasmussen y Norberg-Schulz. Y es que, en realidad, el atractivo de Pallasmaa no consiste tanto en la originalidad o enjundia de sus tesis como en su modo de divulgarlas, su sensibilidad para dar cuenta de los problemas de su tiempo, y su talento para establecer conexiones insospechadas y poéticas entre la arquitectura y otras disciplinas, desde la pintura hasta la escultura, amén del diseño o el cine, al que ha dedicado bellas páginas.
Estas son las señas de la colección de 51 ensayos recogidos en Encounters, que el editor ha agrupado bajo 13 epígrafes —de los paisajes al tiempo, pasando por el arte o la ‘esencia de la arquitectura’— para componer un extraordinario mosaico que tiene tanto de ingenuo como de resistente a la violencia homogeneizadora de la globalización.