Frank Lloyd Wright y Marina Abramović son ambos protagonistas de vidas extremas, pero los últimos libros que las documentan no pueden ser más diferentes. La más reciente biografía del arquitecto americano es un texto torrencial, sumamente barroco en el lenguaje y pirotécnicamente disperso en la narrativa, que se ramifica con anécdotas triviales o referencias a la propia peripecia personal del autor, Paul Hendrickson, un periodista que ha escrito también volúmenes sobre Hemingway o Robert McNamara; y la autobiografía de la artista serbia —publicada en 2016 con el título Walk Through Walls: A Memoir, y traducida ahora al castellano por Santiago González— es en contraste un relato transparente, íntimo y confesional, que presenta la trayectoria vital y creativa de quien se ha descrito a sí misma como la ‘abuela de la performance’, y sirve como una eficaz introducción al significado de su trabajo en el panorama de las artes contemporáneas.
Lo mismo no puede decirse de Plagued by Fire, cuya lectura exige conocer previamente la vida de Wright, que aquí se relata en forma de flashes discontinuos y no necesariamente cronológicos, eligiendo siempre los episodios más melodramáticos, que se describen con manierismo febril y minuciosidad sensacionalista. Esa prosa se ha descrito críticamente como «detail masquerading as depth», y el formidable esfuerzo de Hendrickson por documentarse —que le lleva a polemizar repetidamente con los anteriores biógrafos de Wright— aporta más hojarasca de detalles que substancia narrativa. Los crímenes y el incendio de Spring Green, con los que se abre el libro, o la relación juvenil de Wright con el arquitecto Cecil Corwin, que se sugiere homoerótica, se relatan entreverando lo comprobado con lo especulativo, ofreciendo la información en migajas como en una novela de misterio, y usando la primera persona para establecer una relación de intimidad con el lector.
‘Los sueños y las furias’ de este Wright en llamas, más centrados en el personaje épico que en la obra arquitectónica, beben sin embargo en buenas fuentes, y el autor explicita su deuda con Meryle Secrest, Robert Twombly, Brendan Gill, Ada Louise Huxtable, Neil Levine, Kathryn Smith o Anthony Alofsin —los trabajos más recientes de los tres últimos reseñados por cierto en Arquitectura Viva 181, 200 y 216—, además de la autobiografía publicada por Wright en 1932, un documento esencial pese a las numerosas inexactitudes que contiene, y cuya grandilocuencia lírica inspira el tono dramático y confidencial de Hendrickson.
Si esa proximidad susurrante resulta incómoda en una biografía —que hasta el auge de la autoficción postmoderna solía tener como propósito la desaparición de su autor—, es tan adecuada como inevitable en unas memorias, y las de Abramović se presentan como un esfuerzo por desnudar su vida, desde los traumas de la infancia a los éxitos de la madurez, al igual que la artista desnuda y expone su cuerpo en tantas de sus performances. Más mitológico que reflexivo, y deslizándose a veces hacia misticismos new age, el texto es sin embargo un relato ameno, emocionante y divertido de los amores y desamores de la que hoy es una gran diva, y de sus empeños en el mundo del arte, donde la intensidad peligrosa de sus exorcismos chamánicos la convirtieron en una figura reverenciada. Con su valentía insensata frente al riesgo de la violencia y la muerte, la artista nos recordó la vulnerabilidad frágil de nuestros cuerpos, y ahora nos invita a continuar derribando muros emocionales a través de un recorrido franco por su vida extrema.