Un artificio contable aspira a ordenar y afinar un coro dispar de voces arquitectónicas. Son diez críticos que han seleccionado cada uno de ellos a diez arquitectos. ¿Con qué criterios se han escogido a unos y a otros? A los primeros según una pauta de variedad —hay responsables de museos y comisarios de exposiciones, profesores, ensayistas e incluso profesionales en ejercicio—, y a los segundos a partir del leal saber y entender de los primeros. Pero hay más reglas: como el espacio concedido a cada arquitecto son cuatro páginas, ni los críticos han podido andarse por las ramas ni los criticados han podido abrumarnos con imágenes innecesarias. Las consecuencias de esa uniformidad concisa es un libro gráficamente tenso, aunque de él se extraigan conclusiones tales como que no puede crearse en el vacío, o que sin contexto social y cultural no hay arquitectura.
Al margen de estas obviedades reseñadas en la presentación por la editora ejecutiva, Vivian Constantinopoulos, los textos tienen interés por lo que aportan acerca de los a veces tortuosos mecanismos de consagración de un arquitecto; y las arquitecturas porque nos confirman la bendita variedad del mundillo arquitectónico, donde conviven nombres consagrados, figuras con vocación alternativa, ‘vendedores de motos’ y jóvenes promesas.
