La modernidad más radical no aspiró tanto a renovar la arquitectura cuanto a destruirla. Fue un proyecto que acometieron en primera instancia los futuristas obsesionados por convertir los edificios en atmósferas de aire y energía. Fracasada su utopía
La hibridación de la industria con la naturaleza generó una singular familia de casas modernas, que siguen siendo un modelo de eficacia tipológica y medioambiental.