Krier regresa. El arquitecto, escritor y dibujante luxemburgués, que fue uno de los protagonistas del movimiento posmoderno, vuelve a las trincheras de la polémica con dos libros-manifiesto, que recopilan sus críticas gráficas y literarias de la modernidad. Autor de una obra escasa de sabor neo-tradicional, sus textos y, sobre todo, sus extraordinarios dibujos fueron sumamente influyentes en los años setenta y ochenta, convirtiéndose en el abogado más elocuente de la arquitectura preindustrial, y en el más vehemente defensor de la ciudad premoderna. Después de transformar el lenguaje de James Stirling —en cuya oficina londinense trabajó entre 1968 y 1974— Léon Krier se propuso cambiar el rumbo de la arquitectura, en sintonía con su hermano Rob, impulsor de los trazados urbanos tradicionales en proyectos tan decisivos como la Neue IBA berlinesa, y con el grupo de militantes defensores de la ciudad europea aglutinado en Bruselas en torno a Maurice Culot. Polemista de dotes sólo comparables a las de Le Corbusier —a quien frecuentemente ha elegido como contrafigura—, este propagandista persuasivo y artista sosegado llegó al cénit de su fama en 1985, con la publicación de su monumental monografía sobre la arquitectura clasicista de Albert Speer, que devino una cause célèbre; el inicio de su colaboración con el príncipe Carlos, para quien trazó Poundbury, una nueva comunidad tradicionalista y ecológica; y la exhibición de sus proyectos, conjuntamente con Ricardo Bofill, en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Las corrientes posmodernas, antimodernas o premodernas habían sido impulsadas por la parálisis económica y la preocupación ecológica producto de las crisis del petróleo de 1973 y 1979, pero fueron perdiendo gas con la recuperación de la segunda mitad de los ochenta, que acabaría creando un esperanto neomoderno en el cual las fracturas y alabeos eran apenas acentos expresivos que la creciente prosperidad permitía financiar. El auge económico colocó a la figuración tradicionalista en un segundo plano, y algunos de los arquitectos más representativos de esta actitud, como Aldo Rossi, buscaron en Estados Unidos —donde la posmodernidad tuvo, a través de Venturi y Scott Brown, una dimensión más populista, y también un impacto más indeleble en la promoción inmobiliaria y en la obra comercial— una audiencia que no hallaban en Europa. Este fue el caso de Léon Krier, que estableció una relación estrecha con los ‘nuevos urbanistas’ (bajo el liderazgo de Andrés Duany y Elizabeth Plater-Zyberk, y desde su base en Miami, han impulsado proyectos urbanos tan característicos como las nuevas comunidades de Seaside, donde intervino Krier, y Celebration, ambas en Florida), y también con la universidad donde se formaron, Yale, donde ha enseñado durante la última década a las órdenes de un decano también tradicionalista, Robert Stern, que por cierto prologa uno de los libros que nos ocupan, The Architecture of Community.
En él, Dhiru Thadani y Peter Hetzel reúnen una extensa colección de textos y dibujos de Krier —muchos de los cuales aparecían ya en un volumen editado por Andreas Papadakis en 1998, Architecture: Choice or Fate— que se presentan como una auténtica summa de su pensamiento arquitectónico y urbano, en defensa del clasicismo y lo vernáculo, y en favor de construcciones y ciudades más habitables y ecológicas: unas inquietudes que la crisis económica y climática ha vuelto a situar en el centro de nuestra atención, propiciando el retorno de ideas, imágenes y personas que llevaban un cuarto de siglo desaparecidas. El epílogo del crítico James Howard Kunstler, escrito durante el fragor de la crisis financiera, pone precisamente su énfasis en el estrecho vínculo entre el petróleo barato y el doble fiasco de la suburbanización y la modernidad arquitectónica, pronosticando —como el propio Krier en el artículo de opinión que cierra este número— el abandono de ambos modelos como resultado del encarecimiento de la energía. Kunstler es también autor del prólogo al segundo de los libros aquí reseñados, Drawing for Architecture, una recopilación de los ideogramas, dibujos y esquemas de Krier, ferozmente polémicos desde la elocuencia gráfica de su lenguaje de cómic, y que paradójicamente —al no ir acompañados de texto alguno, más allá de los bocadillos y leyendas explicativas de los cartoons—, se recogen en la ‘Writing Architecture Series’ de MIT, una colección dirigida por Cynthia Davidson, esposa y colaboradora de Peter Eisenman.
Este último enseña igualmente en Yale, y el seminario que la escuela de arquitectura de esa universidad organizó en 2002, Eisenman/Krier: Two Ideologies (publicado en 2004 por Monacelli), ilustra luminosamente la base intelectual que soporta la obra de ambos, testarudamente empeñados en un combate dialéctico y formal —resumido por Stern como deconstrucción versus reconstrucción — que se extiende desde los años setenta, cuando sucesivamente alteraron la posición de críticos tan influyentes como Colin Rowe, y hasta hoy, en que los dos se sitúan en una fértil marginalidad: a Eisenman se le niega tenazmente el premio Pritzker concedido a arquitectos como Koolhaas o Hadid cuya obra es inexplicable sin su estímulo, pero conozco pocos análisis tan lúcidos de la arquitectura contemporánea como su Ten Canonical Buildings 1950-2000 (Rizzoli, 2008), un libro que debería leerse en todas las escuelas; y Krier se ha situado voluntariamente al margen de los reconocimientos modernos —aunque en 2003 fue el primer galardonado con el Driehaus Prize for Classical Architecture, un generosamente dotado ‘Pritzker tradicionalista’ que este año ha correspondido al español Rafael Manzano—, pero las dos obras que ahora comentamos merecen sin duda el éxito editorial que ya están logrando, porque argumentan con elegancia y con pasión el caso de la arquitectura y el urbanismo tradicional. La crisis económica y ecológica ha puesto en cuestión la mercantilización inapelable del planeta, y el romanticismo de Léon Krier es un persuasivo panfleto contra la ciega deriva de un sistema que ignora sus límites físicos.