Que cincuenta años después de que Josep Lluís Sert fundase en la Escuela de Diseño de Harvard la especialidad de Planificación y Diseño Urbano, ésta se encuentre en un estado de renovada efervescencia no es una gran sorpresa. El nuevo terreno de juego que supone el importante crecimiento de las ciudades asiáticas; los esfuerzos por devolver protagonismo al espacio público en ciudades latinoamericanas como Medellín o Río de Janeiro; o la rehabilitación en Europa de grandes áreas industriales como en Hamburgo o Barcelona, muestran la necesidad de reinventar o, mejor, de dar con un contenido específico para esta especialidad un tanto nebulosa, a la que aportaciones como Ecological Urbanism (Mostafavi, Doherty) o los textos de Pier Vittorio Aureli intentan hoy reconducir más allá del esfuerzo realizado hace apenas una década desde el denominado landscape urbanism (de la mano, entre otros, de Charles Waldheim y James Corner). El libro de Beigel y Christou debe verse dentro de este contexto como una contribución verdaderamente singular; una culminación de las investigaciones de su laboratorio en la Universidad Metropolitana de Londres, donde han desarrollado proyectos para Lichterfelde Süd, en Berlín (1998), Paju Book City, al norte de Seúl (1999), o Cospuden, cerca de Leipzig (2001). Saemangeum Island City (2008) es el proyecto ganador de un concurso internacional convocado para redefinir una zona de la costa oriental de Corea que, dominada por una gran infraestructura —un dique de 34 kilómetros de largo, el mayor jamás ejecutado— se transformará en la denominada Island City: un archipiélago de siete islas que conformarán una gran urbe, cuya primera fase deberá acoger a más de 600.000 habitantes antes de 2020. El libro homónimo, en el que abundan referencias, dibujos y fotografías, muestra tanto la propuesta pormenorizada como el original método de trabajo de los autores, ofreciendo una información de gran interés sobre esta valiosa aportación al diseño urbano.
El trabajo de Beigel y Christou se basa en dos grandes fuentes: por una parte, en una lúcida revisión de las contribuciones de Aldo Rossi y Colin Rowe —inscribible en una vuelta de la crítica hacia el periodo de los 1970, en parte iniciada por Mirko Zardini en el Centro Canadiense de Arquitectura, entre otras instituciones—; y por otra, en una reivindicación de las ideas del pintoresquismo inglés, filtradas por la cultura contemporánea a través de autores como Robert Smithson o Ian McHarg. Así, frente a la noción de masterplan, Beigel y Christou defienden el concepto de infraestructural landscapes —cuyo énfasis se sitúa en el reconocimiento de los valores naturales (geológicos y biológicos) y culturales del lugar, entendidos como piedras angulares del diseño; lo que los autores denominan ‘pasajeros del tiempo’—, así como la tradición cívica del diseño urbano —Nolli, Cerdá, Olmsted, Siza, OMA, estarían entre sus referencias más citadas— como una base operativa que nos retrotrae a la ‘ciudad collage’ de Rowe y a la ‘ciudad análoga’ de Rossi, entendidas como técnicas de ensamblaje dirigidas a las áreas consolidadas del tejido urbano. Esta amalgama de fuentes cristaliza en un único conglomerado que incorpora de forma simultánea visiones medioambientales y económicas —para las que han contado con la contribución, entre otros, de los profesores Athar Hussain y Fran Tonkiss, de la Escuela de Ciencias Económicas y Políticas de Londres, y Helmut Mueller, especialista en renovables—, desplegando un proyecto cuyo interés se centra tanto en la organización de los vacíos como en los llenos; en la pequeña dimensión de los espacios públicos y en la gran escala del muro de protección; en el tejido preexistente y en la topografía del estuario. La ciudad de Beigel y Christou deposita un cuidado extremo en las diversas escalas, resueltas con idéntica intensidad en el plano biológico, social, paisajístico, económico, energético o cultural (basándose, desde una visión sincrética, en la importancia concedida al vacío tanto en la cultura taoísta como en la urbana occidental).
Se trata de una mecánica operativa que sorprende al lector por aunar referencias de campos disciplinares y culturales diferenciados pero, también, por la forma expositiva del libro, cuyo argumento se basa en observaciones sencillas, muy didácticas, con las que se logra un consenso amplio, montadas de una forma convincente. La acumulación de argumentos parciales sencillos produce una totalidad finalmente compleja y persuasiva, lo que demuestra la fuerza que la idea de montaje o ensamblaje como técnica proyectual ha tenido siempre y a diferentes escalas en estos autores.
Dos dudas surgen, sin embargo, tras la lectura: si la escala y velocidad de los procesos actuales de urbanización admite las organizaciones heredadas de la ciudad burguesa sin por ello afectar a su riqueza, diversidad y complejidad plástica (la experiencia de las periferias madrileñas, con su abuso de la manzana decimonónica, debiera ser un contrapunto a su optimismo); y si no haría falta un mayor riesgo y novedad a la hora de definir lo que en su terminología denominan ‘magnets’ —o piezas clave en la definición e identidad de esta nueva urbe—, reclamando más atención a las innovaciones técnicas y tipológicas contemporáneas como garantes de la consolidación de la ciudad más allá del mecanismo del ensamblaje. Pero estas dudas no empañan el valor del proyecto, desarrollado desde un laboratorio académico singular, ni el alcance del mismo, pues contribuye al debate contemporáneo sobre el sentido del diseño urbano, reivindicando una cierta continuidad con la idea de tradición urbana que entronca con el proyecto para Melun Senart de OMA, el debate tipológico de los 1970, y los logros del landscape urbanism de los 1980 y 1990. Pero también, y seguramente de forma más decisiva, la propuesta defiende el diseño urbano no tanto como una disciplina autónoma, sino como un punto de encuentro entre tres líneas tradicionalmente separadas en el ámbito académico: la arquitectura, el paisaje y las técnicas medioambientales. Tres categorías puestas aquí a trabajar conjuntamente para construir un único lenguaje: el de una ciudad verdaderamente singular por su escala y situación, pero también por el énfasis puesto en la calidad espacial, que se reparte por igual en los niveles específicos de cada una de estas disciplinas. El libro, que se cierra con una interesante entrevista a los autores, exige la máxima atención por parte del lector, pues se inscribe en un contexto aún en construcción —el de las prácticas del diseño del territorio— que será decisivo en la permanencia de la figura del arquitecto en las próximas décadas.