Con este libro, que recoge la producción teórico-crítica del arquitecto ruso Moisei Gínzburg entre 1923 y 1930, la colección Biblioteca de Arquitectura —promovida por El Croquis Editorial— alcanza su duodécima entrega y añade un nuevo eslabón a una cadena que constituye un esfuerzo editorial muy meritorio y apreciable, ya que pone al alcance del público de habla castellana, en muy cuidadas traducciones, los sugerentes escritos de los principales protagonistas de la arquitectura del siglo XX.
Esta ardua tarea está siendo llevada a cabo con constancia y rigor. En esta ocasión, la edición ha corrido a cargo de Ginés Garrido, responsable de un impecable trabajo de selección y anotación, y autor de un sobrio y eficaz prólogo que permite encuadrar el pensamiento de Moisei Gínzburg en el clima de los turbulentos años centrales del constructivismo soviético, un periodo que despertó tantas esperanzas, al mismo tiempo que vio esfumarse tantas otras.
Vista en su conjunto, la producción teórica de Gínzburg aparece guiada por un único y fundamental objetivo: dotar de articulación y solidez argumental a un movimiento tan multifacético y arrollador como llegó a ser el constructivismo en la Unión Soviética. Este ambicioso empeño le deparó más disgustos que satisfacciones. En una breve nota publicada en 1923 con el título Lo viejo y lo nuevo, Gínzburg detecta ya con extrema lucidez cuáles van a ser los obstáculos a los que deberá hacer frente para llevar adelante su programa de trabajo: «Uno de los acontecimientos más tristes de nuestro tiempo es el excesivo gusto por el sectarismo, por la división de los artistas en variadísimos ‘ismos’. Es una lástima, pues es señal de que amplios círculos de creadores carecen de la concepción formal y de las ideas artísticas necesarias para poder sintetizar el verdadero espíritu del presente ». La tarea que Gínzburg se autoimpone entonces es encontrar las raíces comunes en esta variedad de manifestaciones para poder presentarlas como un movimiento unitario.
El libro recoge veinticuatro trabajos de Gínzburg escritos entre 1923 y 1930: la mayoría de ellos son artículos breves publicados sobre todo en la revista Sovreménnaia Arjitektura (Arquitectura Contemporánea), que él mismo dirigió a partir de 1926. Pero además, se recogen también los dos libros que Gínzburg escribió durante ese periodo: El ritmo en la arquitectura, un pequeño y sugestivo ensayo fechado en 1923 sobre la forma vista a través de la sucesión de las épocas históricas, así como Estilo y época. El problema de la arquitectura moderna, de 1924, tal vez su texto más elaborado y ambicioso, que cabe considerar como la versión constructivista de Vers une architecture, aunque la argumentación de Gínzburg es más rica y matizada que la del potente alegato de Le Corbusier.
Precisamente, el diálogo a distancia con Le Corbusier será para Gínzburg uno de los principales estímulos para seguir profundizando en su propia teoría. Por ello resulta especialmente significativo que este libro concluya con las cartas cruzadas de ambos en 1930, tras una estancia del maestro suizo en Moscú. Le Corbusier reprocha a Gínzburg y a sus camaradas su entusiasmo acrítico por las ideas ‘desurbanizadoras’ y les lanza una advertencia en tono profético: «el hombre tiende a la urbanización». La respuesta de Gínzburg es respetuosa y sinceramente amistosa, pero firme en la defensa de sus ideas. Para él Le Corbusier no puede superar el límite del reformismo porque carece de las ‘condiciones objetivas’ para hacerlo. Puede aspirar tan sólo a paliar los males de la ciudad capitalista, pero no puede apostar por una ciudad transformada desde su raíz.
«A nosotros no nos ata el pasado» declara Gínzburg en su carta, cayendo en un exceso de optimismo que, visto desde la actualidad, produce compasión y tristeza. Pero, por más que Gínzburg sea un marxista-leninista convencido, sus escritos no tienen nada que ver con el panfleto o la soflama. Al contrario, este libro pone al descubierto un intelectual de amplia mirada y de gran cultura, que escribe con una claridad que sólo puede ser el reflejo de unas ideas bien estructuradas y seriamente meditadas.
Una vez más, ocurre en este caso lo que con otros estudios que se adentran en alguno de los múltiples episodios que convirtieron la Unión Soviética de los años veinte en un escenario fulgurante de ideas y experiencias: restan flotando en el aire algunas preguntas que nunca han sido contestadas. Viendo la fotografía de Moisei Gínzburg que aparece en la portada del libro y reparando en la viveza e intensidad de su mirada, crece nuestra inquietud por no encontrar respuesta a la cuestión de adónde fue a parar toda esa energía o bien en qué sima se hundió el castillo de esperanzas que el movimiento constructivista contribuyó tan activamente a levantar.