Es mucho lo que se ha venido escribiendo en las últimas décadas sobre la tratadística arquitectónica de la Edad Moderna, y por eso mismo resulta especialmente meritoria la aportación de Mario Carpo. No se trata de un libro sobre la transmisión y reelaboración de las ideas, ni tampoco sobre los problemas lingüísticos que tanto ocuparon a los estudiosos de los años 70 y 80, pues su punto de vista, tan simple como pertinente, puede resumirse en unas pocas preguntas esenciales: ¿De qué manera condicionó la aparición de la imprenta la teoría y la práctica arquitectónica? ¿Qué implicaciones tuvo el hecho de que por primera vez proliferaran las imágenes reproducidas mecánicamente? No es casual que el título de este libro sea una evocación del célebre ensayo de Walter Benjamin ‘La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica’.
Responder a estas preguntas obliga al autor a partir de la antigüedad, esclareciendo las funciones de tratados no impresos, como el celebérrimo de Vitruvio o el de Villard de Honnecourt. No eran obras para arquitectos, sino para funcionarios del imperio romano, en el primer caso, o para hombres de letras medievales, en el álbum del segundo. Los códices medievales de Vitruvio carecían de dibujos (quizá no los necesitaba el original), y los que contiene el del autor medieval no podían sustituir a la inevitable formación del arquitecto de aquella época, que se efectuaba a pie de obra. Una gran novedad, dice Carpo, acontece después, cuando muchas personas pueden disponer de obras impresas, en las que texto e imagen se complementan. De 1537 es el Cuarto libro de Serlio, el primero que ofrece la imagen canonizada del lenguaje arquitectónico renacentista. A partir de aquí, «los órdenes renacentistas no están prefabricados, sino predibujados». La cultura arquitectónica es ya algo compartido por muchos, en lugares y en periodos muy diferentes. Lástima que el autor ignore casi por completo el caso hispánico (a pesar del intento de remediar esta limitación con el prólogo especial de la edición en castellano), pues considerar la vastedad del imperio de los austrias y la extensión de la arquitectura renacentista a los territorios americanos le habría servido para reforzar algunas de sus tesis. (Diego de Sagredo, por su parte, se anticipó en algunos aspectos al tratadista italiano, y Villalpando ofreció luego el discurso visual impreso más consistente de su época sobre el origen divino de la arquitectura perfecta).
El libro de Mario Carpo parece, en realidad, una tentativa de explicar a fondo el sentido del tratado de Serlio, pero se ocupa con gran inteligencia de la situación en Francia y la Europa protestante. Plantea algunas de las repercusiones de la pulsión iconoclasta de los países del norte, y tiene un interesante retroceso cronológico cuando analiza la función de la imagen en tratados italianos previos a la imprenta, como los de Alberti y Filarete. Pero no es, pese a lo dicho, un texto erudito y remoto: su autor sabe que el paradigma de la difusión arquitectónica está cambiando en la era digital, y que es esta gran trasformación, precisamente, la que nos permite entender la etapa que acaba de terminar. El pasado ilumina nuestro presente, y viceversa, como en toda buena investigación histórica. He aquí, pues, un excelente ensayo que nos revela muchas cosas nuevas sobre asuntos que creíamos conocidos, de modo que no hay duda de que La arquitectura en la era de la imprenta es una importante ‘novedad’.