Me es muy grato glosar los ensayos reunidos en La arquitectura de la ciudad global, tanto porque he seguido los pasos académicos e intelectuales del autor como por la frescura, agilidad y pertinencia con las que aborda los temas casi inéditos que subyacen en el libro. Eduardo Prieto, autor novel, irrumpe en escena con esta primicia ensayística, escrita con gran soltura y buen estilo, en la que capta con tino las fluctuaciones de la sensibilidad mediadas por una reflexión que conjuga la osadía y el entusiasmo juveniles con una inusual madurez y ponderación en los juicios emitidos.
Gracias a su familiaridad con los antecedentes históricos y las arquitecturas recientes y a la experiencia profesional como arquitecto, así como su formación filosófica, el autor transita, al modo de Adorno, a través de una reflexión abiertamente estética que se erige sobre la disolución de las categorías al uso para extraer sus propias conclusiones. Este es el movimiento que imprime a ‘Redes’, ‘No lugares’ y ‘Naturaleza’, las tres partes en las que agrupa los ensayos. No menor relevancia, como un segundo rasgo envolvente, tiene el detectar las transformaciones en curso desde la premisa de que nos hallamos en una época de transición respecto a la categoría hegemónica del espacio moderno. Asimismo, los análisis están cruzados por las nuevas tensiones que se instauran entre lo real y lo virtual en una geopolítica de la diversidad que desborda las fronteras eurocéntricas y provoca desplazamientos desde los antiguos centros a las nuevos.
La emergencia de las redes virtuales en las ciudades globales es presentada en ocasiones como una gran novedad, incluso como una revolución asociada con la emancipación digital de las ‘teleutopías’ (Ciberia, Telépolis, etcétera) o una alternativa a la ciudad tal y como la conocemos hasta ahora. No obstante, experiencias sociales tan amargas como los muros y las alambradas que separan ciudades y países en América o Europa y la ocupación de las plazas en las revueltas del próximo o el lejano Oriente nos alertan sobre el hecho de que si bien el panóptico moderno se debilita y moldea a tenor del carácter evanescente de nuestras sociedades digitales, no se sustrae a las presiones y los conflictos de un «retorno de lo real». En las ciudades globales no solamente afloran conflictos desconocidos entre lo virtual y lo real, sino que incluso son propiciados por la rebelión tangible de las masas, si es que no por las revoluciones dramáticas de los cuerpos. Al igual que sucede en las artes recientes, en las arquitecturas y las ciudades globales la reivindicación del cuerpo se impone como un retorno en donde lo concreto se enfrenta bajo unos nuevos ropajes a lo abstracto de la modernidad ortodoxa.
En una dirección opuesta, el control y el sueño panóptico del siglo XIX no sólo renace con las herramientas digitales, sino que tiende a transmutarse en una auténtica pesadilla en las ciudades modernas ‘inteligentes’ y, todavía más, en las nuevas ciudades digitales tecnocráticas y las propuestas futuristas concebidas desde la alta tecnología. Pero los modelos ya no son europeos o norteamericanos, sino las nuevas ciudades creadas ex novo o in vitro, que usufructúan con descaro la utopía logística de la ciudad digital y las imitaciones de los estilemas de prestigio y del eclecticismo, el monumentalismo y el simbolismo. Las candidatas pueden situarse en Dubái, Corea del Sur, Singapur o Macao, pero la preferencia por Astaná sirve al autor para proponer la categoría de la ‘astanización’.
La lectura de los no lugares se inicia con una interpretación sobre Nueva York, que Rem Koolhaas reivindica de un modo unilateral a partir del caos morfológico y la competencia simbólica como opuestos a la planificación y el orden modernos, aunque luego lamente la proliferación de las ciudades genéricas y los espacios basura, sin poder dar cuenta de los ‘no lugares’, esa categoría que Marc Augé se apropia con descaro de Jane Jacobs.
Eduardo Prieto se adentra en el espacio filosófico tomando como excusa las añoranzas de Heidegger sobre el habitar poéticamente la tierra y el espacio transfigurado en lugar, aunque fuera refugiándose en el hogar existencial de su cabaña, en una Heimatarchitektur. Su conferencia ‘Construir Habitar Pensar’ abría un debate antimoderno pero oportuno tras las heridas provocadas por II Guerra Mundial y la reconstrucción de las ciudades en ruinas. La invocación a un habitar poético y en contacto con la naturaleza tenía antecedentes en el Romanticismo y el expresionismo visionario, pero aun más en ese eslabón perdido hasta hace poco: el Walden de Thoreau. Con este sentir se identifican de un modo matizado Le Corbusier, Gaston Bachelard y corrientes estéticas o artísticas de los años 1960 que reivindicaban una dimensión poética, una cualificación no mecanicista, una complicidad entre el habitar y el hábitat; en suma, una nueva fenomenología del espacio que culminaría en la aportación de Norberg- Schulz acerca del lugar y, más en concreto, del genius loci.
Tal inflexión despertó un interés inusitado por las ciudades históricas y la naturaleza, y puede ser considerado el precedente de la actual estética de las atmósferas. No obstante, frente a una dialéctica excluyente entre el espacio y el lugar, Prieto apuesta por hallar un equilibrio fructífero entre los espacios y los no lugares, pues no es recomendable retornar a los segundos si abandonamos los primeros.
En la actual economía política del territorio, la naturaleza se convierte en un objeto de deseo, aunque sea ofertada bajo el marchamo de bonos verdes controlados por ecomagnates. Se trata de un retorno bañado por el sentimiento de que hemos perdido la inocencia contemplativa ante lo natural, en donde la experiencia estética no sólo convive con la ecología sino preferentemente con la economía. De un modo paradójico, la lógica de un capitalismo ‘desdarwinizado’ y salvador propugna, cual imperativo categórico, que la naturaleza debe de ser conservada aun a costa de una progresiva ‘googlelización’ panóptica de sus territorios, del abandono de los mismos como esos espacios intermedios entre la naturaleza y la cultura alterados por la agricultura y otras actividades. No obstante, en unas escalas más acotadas, desde el Barroco al Parque de la Villete o los proyectos de OMA, las añejas oposiciones entre la naturaleza y el artificio, entre el ágora y el jardín, experimentan hibridaciones en ambas direcciones a las que aquí se presta especial atención.
Los aniversarios de Darwin y Alexander von Humboldt en 2009 le sirven de excusa para reparar en los procesos internos de una naturaleza amoral a la que se le despoja indiscriminadamente de sus recursos, o en una visión de la misma que anticipa los debates ecológicos y, frente al crecimiento ilimitado moderno, coloca en primera línea una categoría hasta ahora marginada: la sostenibilidad, ensalzada como la nueva palabra de orden, si es que no un auténtico mantra. Creo que en estos asuntos el autor esgrime una implicación más personal en torno a este paradigma, señalando el peligro de caer en el mito de la transparencia del funcionalismo medioambiental o del ‘biokitsch’, que pasan por alto la complejidad del proyecto y derivan a una nueva disolución de la arquitectura en aras de un inédito espejismo multidisciplinario.
En suma, la tesis reiterada por el autor se resumiría en que las arquitecturas alumbradas a partir de un compromiso sostenible, medioambiental, exigen en la actividad proyectual contrapesos disciplinares, mediaciones formales, culturales, personales e irracionales; incluso, en consonancia con la invocación sin tapujos a nuevas respuestas estéticas, replantea las clásicas relaciones entre el carácter pasivo de la materia y el activo de la forma en arquitectura en beneficio de una ‘estética de la energía’ que irradia fugas hacia lo informe y lo fluido, los procesos y las experiencias perceptivas cinéticas, las atmósferas y hasta el nuevo ‘flâneur digital’, un capriccio de homenaje a Walter Benjamin.