Es significativo que la editorial Electa, en su ejemplar colección sobre arquitectos y arquitectura, haya decidido publicar una segunda monografía sobre un mismo arquitecto; y lo es también que éste no sea otro que Brunelleschi. En 1976 editó el enjundioso— ya clásico— Brunelleschi de Eugenio Battisti; y exactamente treinta años después, exactamente, ha aparecido esta otra y muy distinta visión encomendada a Arnaldo Bruschi.
¿Qué hay de nuevo en este Filippo Brunelleschi? Bruschi representa uno de los grandes nombres en el estudio de la arquitectura renacentista en Italia. Historiador y arquitecto a la vez, profesor largos años en La Sapienza de Roma, es considerado conspicuo representante de esa escuela romana que iniciara Gustavo Giovannoni y que se ha caracterizado por imbricar la dedicación a la historia con el ejercicio proyectual de la arquitectura.
Bruschi, en este sentido, es explícito cuando señala que su temprana atracción por Brunelleschi «no fue del todo desinteresada o puramente contemplativa» y que la razón de ser de este libro converge con ello: una reflexión en que al dominio del historiador se superpone la óptica del arquitecto que interviene en el proceso creativo, que reproyecta el edificio ya tiende disciplinarmente a sus condicionantes de concepción y de ejecución.
El núcleo del libro, en consecuencia, lo constituyen las obras. En ellas se adentra la mirada avisada de Bruschi, que encuentra y expone las elegantes («en el sentido que tiene la expresión cuando es utilizada por los matemáticos para la demostración de un teorema»), innovadoras y lúcidas soluciones aportadas por Brunelleschi a cada uno de sus edificios y a cada uno de los problemas que éstos presentaban: de la razón constructiva de la cúpula de Santa Maria del Fiore al sistema formal de la capilla Pazzi.
Aborda, no obstante, otros aspectos esenciales para el entendimiento de Brunelleschi: sus orígenes artísticos y científicos; su decisiva investigación en la definición de la perspectiva (investigación que, como ya señaló Argan, tuvo por objeto directo—antes que aplicarse a la pintura— la arquitectura); la singularísima circunstancia de la Florencia del momento y el impacto que en ella tuvieron las formas brunelleschianas y la reinvención de la lingua degli Antichi.
El texto (en un italiano nada difícil para españoles) se corresponde con los principios de claridad, sencillez y lógica con que el autor va desentrañando la arquitectura de Brunelleschi. El libro satisface con creces las expectativas de calidad a que nos tiene acostumbrados Electa: una cuidadísima edición con 267 ilustraciones que conforman una verdadera argumentación gráfica en paralelo al texto.
El Brunelleschi de Bruschi, que aparece como bien definida aportación a la bibliografía existente, está pensado y escrito, según el autor, para los estudiantes y para los arquitectos «que se interesan por su oficio y por los problemas que supieron enfrentar sus predecesores»: una invitación a saber escuchar —acaso asimilar en nuestros días— la disciplinar lección del arquitecto florentino, que, a la vez que construía, supo abrir nuevas perspectivas al conocimiento humano.