El expresionismo sigue buscando su lugar en la historia de la arquitectura. Marginado primero por los textos canónicos de la modernidad —que lo redujeron a la condición de simple anomalía en el camino ‘necesario’ hacia el funcionalismo— e incomprendido después por las diferentes sensibilidades que siguieron a la ortodoxia moderna, el expresionismo no comenzó a tratarse con ecuanimidad hasta la década de 1970, merced a textos inaugurales como Architettura dell’Expressionismo (1967) de Franco Borsi-Giovani y Klaus König y, sobre todo, Die Architektur des Expressionismus (1973) de Wolfgang Pehnt, que continúa siendo el libro de referencia sobre este singular movimiento que es fundamental para entender la arquitectura del siglo XX. Pese a la inmediata traducción del libro de Pehnt —publicado por Gustavo Gili en 1975 y que, desde entonces, no ha sido reeditado—, la fortuna historiográfica del expresionismo en España ha sido escasa, sin que hasta hoy nadie se hubiese atrevido a actualizar y completar la visión general propuesta por las monografías, ya clásicas, arriba citadas.
El libro del profesor Javier Climent cubre de manera admirable este vacío. Fruto de una tesis doctoral, el texto (profusamente ilustrado) parte de un método que combina fructíferamente la sucesión cronológica y la cartografía temática, y que no se limita a tratar el núcleo preceptivo del expresionismo sino que, desde una perspectiva amplia, indaga tanto en sus antecedentes modernistas como en aquellos continuadores que, como Hans Scharoun o el Le Corbusier de Ronchamp, retomaron después, y de maneras disímiles, la plástica expresionista.
El expresionismo fue una corriente paradójica y proteica. De esta escurridiza condición dan cuenta los capítulos que principian el libro, que tratan de los orígenes del movimiento y se organizan en torno a un exordio que disecciona el concepto de ‘expresión’. Desgraciadamente, este exordio, a fuer de extensivo, no puede defenderse sin dificultades. Pese a ello, resultan muy sugerentes algunas de sus propuestas, como la de vincular la expresividad arquitectónica y la gestualidad humana o la de indagar en los principios miméticos del expresionismo respecto a la naturaleza. Se echa en falta, sin embargo, el haber profundizado en los lazos del movimiento con las tesis del Romanticismo alemán, vivas aún a comienzos del siglo XX y conformadoras de la atmósfera milenarista en que vivieron los arquitectos de la época.
La obra de Henry van de Velde, Bruno Taut, Rudolf Steiner, Hugo Häring y Hans Scharoun se desgrana en los siguientes ensayos. Resulta común a todo ellos el método de aproximación, construido desde el punto de vista del proyecto arquitectónico y, por tanto, más atento a las obras en sí mismas que a su entorno conceptual, lo que supone un saludable rasgo distintivo de este libro respecto a la bibliografía precedente.
La segunda parte del libro consta de cinco capítulos. Los dos primeros son los de mayor valor historiográfico, pues tratan con rigor aspectos poco conocidos pero relevantes del expresionismo, como su relación con el paisaje o su concepto de domesticidad enfrentado al ‘habitar racional’ del funcionalismo en ciernes. La conclusión del libro se compendia en los tres últimos (y conceptualmente más ambiciosos) ensayos, que inciden en los lazos de continuidad entre el expresionismo y el organicismo, demostrando cómo la facundia plástica de los años veinte creó un utillaje linguístico que, a la postre, acabaría enriqueciendo a la arquitectura una vez que el proyecto de la modernidad comenzó a resquebrajarse.