«Nada de lo que ocurre se olvida jamás, aunque no se pueda recordar».(El viaje de Chihiro, 2001)
Cuando una película de animación realizada en dos dimensiones alcanza ante los ojos del espectador una tercera, es que algo indefinible y maravilloso está pasando. Así sucede a menudo en la obra de Hayao Miyazaki, el gran cineasta japonés cuyo último trabajo, El chico y la garza, se ha estrenado recientemente, culminando una filmografía ejemplar que comenzó hace más de cuatro décadas.
Junto con la dinámica de los personajes, ese salto entre dimensiones se basa sustancialmente en la arquitectura, que en el cine se traduce en decorados, dibujados en este caso, que estructuran y dan solidez. Al igual que en la realidad edificios de diverso signo no solo nos acompañan sino que dan sentido a nuestras vidas, en las películas animadas son estos los que aportan densidad y consistencia a los relatos que se nos cuentan. Sin ellos, la acción quedaría desprovista de sentido, con unos seres de ficción que deambularían por espacios vacíos e indefinidos...[+]