Con frecuencia he oído a la gente preguntarse cómo se sentiría a bordo de una nave espacial, y la respuesta es muy sencilla. ¿Cómo sería? Es algo que todos hemos experimentado: todos somos astronautas en un pequeña nave espacial llamada Tierra.» Buckminster Fuller

Cuando era profesor asistente de arquitectura a los 23 años en el MIT, en 1968, me pidieron que diera mi primera conferencia importante en el gran auditorio de Harvard, mano a mano con Thomas Hoving, que acababa de ser nombrado director del Metropolitan Museum of Art de Nueva York. Me propuse no estar nervioso, pero sabía que mi charla sería la siguiente a la suya. Y, como me temía, al terminar su conferencia contó una historia que hizo que el público se riera tan fuerte que de repente me sentí asustado por primera (y última vez) en mi vida.

La historia que contó era más o menos esta. Antes de ser nombrado director del Met, Hoving había sido jefe de la comisión de parques de Nueva York entre 1966 y 1967, organismo local y poco sofisticado que tenía bien poco que ver con una institución tan cosmopolita y culta como el Met. La comisión que presidía estaba formada por miembros más bien burdos a los que propuso colocar veinte góndolas en el estanque principal de Central Park. La discusión en torno al coste fue acalorada y se quedó en punto muerto hasta que uno de los miembros de la comisión dijo: «¿Por qué no comprar sólo dos, un macho y una hembra, y dejar que se reproduzcan.» El público de Harvard se partió de risa...[+]