Obituaries 

Jean Baudrillard (1929-2007)

François Chaslin 
31/10/2006


El sociólogo, semiólogo y filósofo francés Jean Baudrillard murió el pasado 6 de marzo a causa de un cáncer. Había nacido en Reims en julio de 1929 y tenía, por tanto, 78 años.

Su obra, desde las estructuralistas El sistema de los objetos (1968) y La sociedad de consumo (1970) —textos donde explicaba cómo los muebles y los objetos no tienen más función que la diferenciación social—, y a partir de entonces su reflexión sobre lo virtual (que situaba en El crimen perfecto (1995) más allá del famoso espectáculo sobre el que había teorizado Guy Debord, un espectáculo «que aún dejaba espacio a la conciencia crítica y la desmitificación»), así como sus ensayos sobre la seducción, la pornografía, el simulacro y lo que llamó hiperrealidad; todas estas ideas influyeron profundamente en la escena cultural y arquitectónica francesa. El vínculo de Baudrillard con la arquitectura se inició con la creación (junto a Hubert Tonka y Antoine Stinco, entre otros) de la revista Utopie, y se mantuvo mediante su colaboración, siempre crítica, con Jean Nouvel.

En El sistema de los objetos, una obra cautivadora escrita bajo la influencia de Roland Barthes, afirmaba que el consumo se había vuelto copulsivo. Ya entonces (en primavera de 1968) era una «práctica idealista total que no tiene nada que ver (...) con la satisfacción de las necesidades ni con el principio de realidad». Y ello era así «porque está basada sobre una carencia y por tanto es irreprimible». Casi cuarenta años después, no parece que la evolución de los hechos haya desmentido estas aseveraciones.

Desde su famoso artículo en el periódico Libération, ‘La guerre du golfe n’aura pas lieu’del 4 de enero de 1991, su pensamiento escandalizó a aquellos que deseaban a toda costa no entenderlo para así poder definirlo como un conservador convencido. Otro artículo titulado ‘Le complot de l’art’, aparecido el 20 de mayo de 1996 en el mismo diario, lo situó en el centro de una violenta polémica que vino a llamarse «la cruzada contra el arte moderno». En él explicaba cómo, en su opinión, «la mayor parte del arte contemporáneo busca apropiarse de la banalidad, del residuo, de la mediocridad como valor y como ideología». Así, continuaba con frases sangrantes: «La duplicidad del arte contemporáneo consiste en reivindicar la nulidad, la insignificancia y el sinsentido, además de aspirar a la nulidad cuando se es ya nulo. Pretender el sinsenido cuando se es insignificante. Buscar la superficialidad en términos superficiales». Y concluía: «La única cuestión es, ¿cómo puede una maquinaria de este tipo seguir funcionando en medio de la desilusión crítica y en pleno frenesí comercial?»

En la primera monografía dedica-da a Jean Nouvel —el catálogo de la exposición celebrada en 1987 en el Institut Français d’Architecture—, encontramos una desordenada con-versación con el arquitecto, en la que Baudrillard exponía sus reservas hacia la costumbre de Nouvel de saturar sus proyectos de significados, lo que le parecía en cierto modo un deseo de racionalizar el acto arquitectónico. Frente a esta aproximación él prefería lo inesperado del objeto, su ‘fatalidad’, «esa paradoja, ese enigma, esa sorpresa radical que no puede proceder más que del objeto» y que escapa en gran medida al autor. Esta tesis la había desarrollado ya unos años antes en El efecto Beaubourg.

Continuaría esta reticente conversación con Jean Nouvel doce años más tarde, en un debate público organizado por Hélène Bleskine, que se covertiría en un libro llamado Los objetos singulares. En él expresaba una vez más el amor que profesaba a Nueva York, «esa forma completamente ambigua, a la vez catastrófica y sublime de la ciudad» y explicaba su desconfianza hacia la idea de progreso: «es a partir del momento en que todo lo perseguido es ambiguo, ambivalente, reversible y aleatorio cuando se consigue la modernidad». «Si proyectas demasiado», le decía al arquitecto, «si la conceptualización es demasiado densa, el filón se empobrece, y creo que esto es cierto también para la investigación teórica: aquellos que acumulan demasiadas referencias, que multiplican los datos, que precisan hasta el infinito una trayectoria, se agotan antes de decir ¿qué? Nada».

Al igual que a Virilio, Deleuze, Guattari, Lacan y algunos otros, se le criticó implacablemente en la obra Imposturas intelectuales (1997), de Sokal y Bricmont. Los autores le reprochaban sus elucubraciones «sobre los atractores extraños y sobre la aplicación de los espacios no euclídeos a la historia», algo que no era falso. Este personaje provocador, excelente fotógrafo, muy simpático, de palabra cautivadora, desesperante y un poco imprecisa, era desde 2001 sátrapa del Collège de Pataphysique.


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