Opinion 

Scenes of Vertigo

‘Mutations’ or The New Urban Substance

François Chaslin 
31/12/2000


Construidos en Burdeos en la década de 1820, los depósitos Lainé, antiguos almacenes de mercancías coloniales, hace diez años que están vinculados a las actividades del centro de arte contemporáneo Capc. Sus grandes naves han acogido a menudo intervenciones de carácter minimalista: las celdas de polen y los muros de cera de Wolfgang Laib; las enigmáticas planchas de Richard Serra; el millar de contenedores quirúrgicos de acero inoxidable en los que Jean-Pierre Raynaud depositó, en 1993, los fragmentos de su casa de ladrillo, que acababa de demoler en un gesto sacrificial. Estos artistas nos habían acostumbrado a ver ese espacio desnudo, al rigor racionalista de la arquitectura del ingeniero Claude Deschamps, a la sobriedad de los pilares y de las paredes, de los arcos de medio punto que culminan a 12 metros sobre la carpintería de pino del techo.

Hasta ahora, el centro Arc en Rêve había montado sus exposiciones de arquitectura en las galerías laterales, que no poseen esa amplitud. Con el proyecto ‘Mutations’, uno de los que debían celebrar la Francia milenaria con un presuesto de unos 400 millones de pesetas y un areópago de celebridades muy escogidas, se nos ofrece una exposición-espectáculo a la vez desconcertante y deslumbrante. Desconcertante porque persigue un objetivo analítico: describir e inventariar los fenómenos que, sobre un mundo aparentemente acelerado, alteran las ciudades hasta dejar inservibles nuestras interpretaciones y doctrinas urbanísticas tradicionales. Pero lo hace con instrumentos contemporáneos más próximos a la instalación artística que a la escenografía pedagógica. No se presenta con objetos, ni con carteles, o con muy pocos, ni con cartografías o explicaciones escritas, sino con un excitante babel de sonidos y choques visuales. Así nos somete a su ritmo, a la estética particular de cada una de sus secuencias. Es éste un dispositivo que no puede recorrerse a zancadas sin perder la sustancia, y como ejemplo ese extraordinario travelling de una veintena de minutos, a lo largo del cual una cámara fija, colocada ante la locomotora de un tren que va de Oshodi a Lagos, lo muestra atravesando imperturbable y rectilíneo un mundo que vuelve a cerrarse instantáneamente tras él.

El evento ha conocido un gestación larga y dolorosa, con Rem Koolhaas como inspirador distante, relevado por la filósofa Nadia Tazi, que ha intentado sistematizar los temas en torno a los fenómenos del consumo, la información y la guerra, y con diversos participantes que unas veces se desdicen (sobre todo el grafista canadiense Bruce Mau), se enfadan o faltan a su palabra (in extremis el brillante filósofo neoyorquino Sanford Kwinter), y otras su susceptibilidad topa con dificultades de la puesta en escena. Convocado como escenógrafo apenas un año antes de la apertura de la muestra, Jean Nouvel ha sabido reconciliar tensiones personales, unificar objetivos y dotar al espectáculo de la vitalidad de un bazar oriental moderno, realizando una suerte de evocación de la ciudad bulliciosa.

En un espacio que Nouvel ha atestado y densificado, con pasarelas de acero inoxidable que atraviesan la nave, crean efectos de balcón y juegan con los ritmos de los arcos. Así todo toma el carácter de un edificio bizantino, más arcaico que racionalista. Para Nouvel, el problema era federar el universo de los distintos comisarios, los paneles (llamados wall papers) de Koolhaas y sus alumnos de Harvard sobre el centro comercial, Lagos y la ciudad asiática, el trabajo sobre los rumores urbanos de Hans Ulrich Obrist, por esencia inmaterial, las fotografías del arquitecto-aviador Alex S. MacLean, narcóticasseries de piscinas, de parkings con grafismo implacable, de rampas de autopistas o culs-de-sac en las afueras residenciales, de campos deportivos captados en su perfecta abstracción, de centenares de caravanas como restos depositados por una marea, manifestaciones todas, perfectamente irrefutables, de la irrupción de lo que Koolhaas denomina la nueva «sustancia» urbana.

Para ilustrarla escena europea, Stefano Boeri ha seleccionado doce situaciones urbanas, fluidas e inestables, que ha hecho filmar de un modo sistemático, desde las paradojas de Pristina, étnicamente purificada pero invadida por las organizaciones internacionales, a la pseudo república de San Marino, primer estado del mundo sin ciudadanos, parque turístico y comercial. Su puesta en escena los convierte en una suerte de reportajes unificados, ritmados y estruendosos, incluso violentos: imágenes en blanco y negro sobre pantallas de vidrio verticales y translúcidas en un impresionante castañeo óptico y sonoro.

«Ésta es una exposición síntoma, una exposición síndrome», ha explicado Nouvel a los que reprochan a ‘Mutations’ contener una descripción pero no una solución, y deleitarse en la miseria y el caos del mundo. Porque para muchos visitantes, incluso los que se adhieren a las cuestiones planteadas (¿se han convertido las compras en el principal rito de la vida urbana?; ¿se ha perdido el centro en la periferia?; ¿cómo se afirma lo local frente a la globalización?; ¿cómo se ha redefinido la ciudad a partir de lo virtual?), esta manifestación continúa siendo desconcertante a causa de la ambigüedad de su mensaje, y de lo que juzgan como su estetización del mal.

«Por una vez —ha dicho Nouvel— los arquitectos confiesan no saber; antes de proponer, quieren conocer y comprender. Que no se nos demanden al mismo tiempo propuestas y análisis. Produce vértigo enfrentarse a la rapidez de las mutaciones que vivimos, ese descubrimiento, esa fascinación, incluso esa belleza de la que habla Koolhaas». ¿Belleza? Y sonrisas ante esa confesión, esperando pillar a los comisarios, y especialmente a Koolhaas, en la trampa de su supuesto cinismo. «¿Cómo puede contestar un arquitecto a esa acusación?», dice el holandés. «Estetas somos todos, evidentemente. Este género de preguntas supone una contradicción lamentable, a la que no sé cómo responder.» Sanford Kwinter viene a socorrerlo sosteniendo que hace falta asombrarse ante la realidad, que «es en este momento cuando estamos más abiertos», y que «sin asombro ante el mundo no somos capaces de ver nada más que las viejas cosas». Ésta es, en efecto, la riqueza de una exposición espléndida y turbadora, que nos permite aprehender un fenómeno de una amplitud tal vez insospechada, cuyo conocimiento es indispensable para aquellos que pretendan vivirlo lúcidamente y, acaso, intervenir sobre él.



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