Entre el pintoresquismo y el rigor
De Córdoba a Sevilla
¿No estábamos de acuerdo en que Córdoba era una de las ciudades más bellas de España, con un casco antiguo admirable en el que sabían convivir los grandes monumentos con la recoleta estructura residencial, el espacio público con la discreta privatización del patio, el inmaculado testimonio de lo popular con la trabajada superposición de usos y de estilos históricos a menudo contradictorios pero impuestos siempre con la misma decisión y el mismo optimismo con que se implanta la Catedral en medio del laberinto de la Mezquita? ¿No teníamos que defender el centro histórico de Córdoba como un tesoro irrepetible, con respeto y comprensión de sus permanentes cualidades? Pues entonces ¿por qué la sublime ignorancia de los académicos, de las Comisiones del Patrimonio, de las autoridades culturales y demás monsergas más o menos oficiales que se empeñaron en destruir este centro urbano, aplicando unos criterios de protección con tan escasa sensibilidad y con métodos tan inoportunos que sólo logran una sucesiva degradación estética y una anulación de aquellos valores arquitectónicos y urbanísticos?...[+]