Eero Saarinen

Kirkkonummi, 1910- Ann Arbor, 1961

29/02/2000


Una aparición inesperada: gracias a los poderes de Merlín, el mago del Rey Arturo, el Príncipe Valiente llega a Nueva York. El príncipe y el mago viajan a través del tiempo y aterrizan en la terminal de TWA por un error del mago, que seguramente se ha creído que Idlewild era el nombre de una rastrojera atlántica en vez del original del aeropuerto de la ciudad (después lo cambiaron por el de JFK, supongo que para evitar estas confusiones). Un interior de cáscaras de hormigón y de elementos de forma ondulante y aerodinámica que desconcierta a Valiente, quien tira de espada como suele hacer siempre que cae en antros misteriosos. Pero éste no es un antro ni hay monstruos al estilo de Camelot sino sólo un monstruo de la arquitectura, Eero Saarinen, que inspecciona los detalles de su edificio.

Valiente y Saarinen son dos nórdicos de los confines del mundo. Uno viene de Ultima Thule, de Islandia, y el otro de Finlandia, dos países brumosos de los bordes de Europa. Valiente, eternamente joven por obra de la pluma de Hal Foster, luchador incansable como buen caballero andante, con su flequillo de escolar y su espada cantarina. Saarinen, una joven promesa cuya temprana desaparición lo dejó siempre joven en nuestra memoria, con su obra extraordinaria, poética y formalmente arriesgada, quizá la más expresiva de unos años llenos de promesas. Este escandinavo trasplantado a América era un ejemplo para una nueva vanguardia que después de la guerra ensayaba una arquitectura feliz y que tanteaba la construcción en paralelo de un racionalismo riguroso y de un expresionismo poético y potente. Me parecía obligado que el encuentro entre estos dos nórdicos errantes tuviera lugar en el más notable entre los edificios de la tendencia escultórica y expresionista de Eero Saarinen, precisamente un edificio de viajeros. Es la terminal de pasajeros de las líneas aéreas Trans World Airlines, la construcción más próxima al cómic futurista de los años cincuenta. Las cáscaras de hormigón están al servicio de una imagen insólita hasta entonces; florecieron en esos años y después se pasaron de moda; tardarían mucho tiempo en volver a plantearse ya como elementos rescatados por la posmodernidad. Pero en pocos ejemplos son tan impresionantes como en éste.


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