Basta con hacer un poco de turismo para comprobarlo: la destrucción de la costa levantina y catalana no es sólo consecuencia de la barbarie y la explotación de guante blanco, es también un expolio que sólo puede darse allí donde apenas hay resistencia. La costa vasca, por ejemplo, ha aguantado mejor. Y lo que es aún más chocante: también el interior de Cataluña ha sido triturado por la dejadez y la chapuza, sin justificación especulativa. ¿Cuál es la condición de posibilidad para semejante aniquilamiento? Con notable lucidez, hace ya varias décadas, lo comentaba Josep Pía en sus Escritos Ampurdaneses (hoy recogidos en El Meu País): uno de los rasgos más sobresalientes del campesinado catalán es la ausencia absoluta de interés hacia su entorno. Los pueblos y ciudades góticos del Ampurdán son maravillosos, pero todo lo contemporáneo es un mero hacinamiento de hangares, cobertizos, cochiqueras y silos dispuestos de cualquier manera, sin ni siquiera encalar o cubrir el ladrillo, amontonados al azar entre basuras, bidones y aperos oxidados, como si fueran campamentos gitanos. Recorriendo el Ampurdán con un colega arquitecto, comentaba éste, desolado: fíjate, parece que hayan llegado antes de ayer, y llevan aquí mil años. Porque la impresión que produce es justamente ésa: una instalación provisional; algo que va a ser desmontado en cualquier momento…[+]