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Curro Inza’s Writings and Works
Una tentación inevitable para el arquitecto que estudia la figura de otro arquitecto es la empatía: la poderosa emoción que lleva a identificarse con su obra. Se trata de un sentimiento al que se ha expuesto Ángel Verdasco en su labor investigadora, que presenta en dos textos mellizos: El archivo de Curro Inza y Los escritos de Curro Inza, editados por Mairea Libros.
Entre todas las figuras excepcionales que fueron abriendo nuestras fronteras desde la década de 1950, la de Curro Inza se ha ido diluyendo, tal vez por el brillo incuestionable de sus antecesores y sucesores. Como señala Verdasco en la introducción a la selección de sus escritos, en los doce años que Inza ejerció como secretario de redacción de la revista Arquitectura coincidió con los nombres más representativos de la arquitectura del momento. Así, incluso desde una perspectiva íntima, Inza se dibuja como el eslabón perdido de nuestra evolución, pieza clave de un puzzle que, gracias a estas dos publicaciones, puede releerse un poco más nítido, un poco más completo.
A través de sus escritos, Inza destaca como maestro en el complejo arte del pensamiento paradójico, que tan altas cotas alcanzó en Alejandro de la Sota. En aquel filo de la navaja, a menudo descubre sus contradicciones e incluso las exhibe con orgullo, si bien, como señala Verdasco, «en ningún momento parece que pretenda trascender como crítico».
Pero es en su obra donde descubrimos al arquitecto que resuelve con eficacia sus contradicciones y las traduce en una arquitectura plenamente contemporánea donde la razón cede a lo irracional. Curro Inza hizo de la experimentación un método de trabajo, recurrió a una violencia poética que le permitió nadar entre corrientes divergentes y asumir, sin complejos, los riesgos del expansivo momento histórico que le tocó vivir. Es algo que sugiere bien la selección de planos y dibujos exquisitos que permiten descubrir sus proyectos maduros y sus divergentes prácticas profesionales. A cuenta de Inza, esta doble publicación demuestra, en definitiva, que toda época se identifica en su propia confusión.