Narrar el espacio de la arquitectura desde la palabra y el dibujo viene acotado, en ocasiones, por el discurrir abstracto de la línea y la viveza estática con la que siempre asiste el buen decir poético. Se abre la edición aquí reseñada, La palabra y el dibujo —eslabón primero de una nueva colección de Ricardo Lampreave—, con una introducción de rico y dilatado aroma literario de Ángel M. García-Posada, y con una lección de Juan Luis Trillo de Leyva —enclaustrado profesor que ejerce su magisterio próximo al universo de los ángeles— en que la que da cuenta de los apuntes del maestro portugués Álvaro Siza.
Cuatro profesores arquitectos a la captura del espejo de la arquitectura: memoria, materia y mirada recuperados para recordarnos que la realidad del espacio en torno a lo arquitectónico es, en definitiva, su representación. Pese a tantas sombras como a veces se proyectan, y a la penumbra de nuestras palabras, entre penumbra y sombra queda el espacio que se hace realidad.
El libro es un pequeño y bello opúsculo donde la palabra y el dibujo nos transportan a los lugares que edifica la arquitectura, siempre «al norte del futuro». Ya se sabe, el lenguaje es el instrumento más valioso para definir significados; también para destruirlos. La palabra arropada en la umbría de la imagen nos permite descubrir con más precisión el lenguaje soñado de la línea; meditación profunda del caminar atormentado de los hombres con el diverso mundo de los objetos.
Estos cuatro profesores nos invitan a contemplar la mirada bella y hermosa que encierra la materia trascendida del espacio de la arquitectura, tarea parece que asignada al viejo oficio del arquitecto, en una acotada fábula que bien se podría enunciar como: «Espacios de lamento y júbilo en tiempos de prodigios y desmanes». Como el viento de la noche en los trigales, me ha parecido percibir la brisa editorial de este primer libro, de recomendada lectura.