Estamos en año de aniversario gaditano. En ese marco, esta publicación va a ayudar, sin duda, a una mejor comprensión de sus contenidos; fruto de una exposición que han coordinado sus propios autores, no sólo es pertinente sino que es ambiciosa. Sus objetivos específicos en torno de esa ‘isla varada’ hacia América que es Cádiz tocan toda suerte de palos fundamentales. Centran su foco en aquella interlocución privilegiada que ostentó durante varios siglos en las relaciones de la península ibérica con el Caribe pero, también, en el potencial de su proyección actualizada como paisaje cultural contemporáneo. El texto se encarga de exponer ambas lecturas con gran precisión y atractivo. Porque, si ahora, en 2012, Cádiz celebra el último capítulo de aquella relación oceánica, este relato no puede olvidar ni la anterior ni la posterior riqueza estratigráfica de su lugar habitado; ni menos la importancia de sus fortificaciones, especialmente de aquellas de naturaleza abaluartada que la hicieron tan caribeña. Su propia etimología púnica, Gador, ‘fortificación’, lo justificaría.
Los autores, acompañados por una serie de especialistas reconocidos, analizan esta construcción histórica que es Cádiz. Evalúan la participación destacada en su desarrollo de la poliorcética realizada por la corona castellana, el alcance simétrico de su impacto formal y material sobre ambas orillas del Atlántico, o su colaboración en la definición del ‘paisaje preindustrial’, que construyeron sus arquitecturas innovadoras del mismo modo que en el medievo lo habrían hecho la catedrales góticas o, después, lo harán los sistemas de transporte, comenzando por el ferrocarril. En sus páginas se expone la consistencia de un tratamiento integrador de largo recorrido que aquí confirma un diálogo destacado entre geografía e historia en la constitución del espacio del hombre. Pero también, y esto es relevante la capacidad de colaboración en su ‘proyecto’, tal como relatan las estrategias seguidas a la llegada allí del Duque de Alburquerque ante el asedio inminente de las tropas napoleónicas, para cambiar su paisaje. Qué mejor defensa posible: el territorio referenciado en los planos del invasor deja de existir, de entenderse ante las aguas y tierras que se cambian —rápidamente— sobre la bahía en una especie de escenificación cuya mayor novedad sería la velocidad propiciada por la técnica. Describen un momento histórico de verdadera articulación, de modernidad, entre Antiguo y Nuevo Régimen que la Constitución del año 1812 va a sancionar.
El artículo de Fernando Cobos se encarga de complementar este último aspecto con una lectura sobre los tratadistas bajo una transversalidad necesaria hoy para su comprensión. Se trata de una descripción del tránsito que teóricos y escuelas de ingenieros militares, venidos de diversos lugares de Europa, desarrollaron en Cádiz. La publicación se presenta en una maqueta muy cuidada en donde lo atractivo de sus imágenes rivaliza con la riqueza de la planimetría. En este capítulo incorpora además el matiz del uso de los diferentes modos en que se expresaba históricamente esta última: vistas oblicuas, planos bidimensionales urbanos, que se unen a esquemas varios e interpretaciones conceptuales del autor, convertidos en un aliado sorprendente del texto. Eduardo Lizalde cierra, con su colaboración, una extensión actualizada de aquel ‘cortejo amoroso’ de Paul Virilio ante el Muro del Atlántico, demostrando que, efectivamente, como recuerda Ramón Paolini, no está todo dicho en este tema después de J.M. Zapatero o R. Gutiérrez. Un encargo que los autores, en tanto que singular paisaje contemporáneo, dejan inteligentemente abierto a futuras investigaciones.