Los tiempos cambian y las modas se suceden con rapidez; Aldo Rossi era historia ya antes de su muerte en 1997. Muy pocos estudiantes leen hoy La arquitectura de la ciudad, y mucho menos la Autobiografía científica; y tampoco los últimos proyectos del arquitecto milanés —desde el hotel de Fukuoka a la manzana de Berlín pasando por las oficinas para Disney en Orlando— son por sí mismos un argumento de peso para reivindicar su figura en las escuelas de arquitectura. En estos tiempos de consumo acelerado, muchos no descubrirán a Rossi de primera mano, sino que lo harán a través de su influencia, en la sensibilidad urbana y tipológica y en la sustancia metafísica de los proyectos de Herzog y de Meuron o de Carlos Jiménez, por ejemplo.
El volumen que ahora se edita, a cargo de Alberto Ferlenga y Francesco Dal Co, coincide con la gran exposición que dedica a Rossi la Trienal de Milán, y es un intento de considerar su legado desde un punto de vista historiográfico. Con esa voluntad, selecciona lo ya conocido y lo enhebra con lo inédito. Proyectos publicados de los que se facilita documentación añadida, y proyectos desconocidos que, sin revelar nada nuevo, facilitan el acercamiento a una obra simultáneamente accesible y hermética. «Pocas cosas y profundas», recuerda Arduino Cantàfora que le escribía Rossi en la introducción a un libro sobre su obra aún no publicado; y en la suya a este libro catálogo presenta la obra del colega y amigo como un espejo fiel de la condición humana, con la que cada uno de nosotros puede llegar a sentirse identificado: «Es verdad que me parece haberlo visto todo, y que cuando proyecto repito lo que he visto y lo que retiene mi memoria ...» La arquitectura de Aldo Rossi es una invitación a reconocernos en lo que hemos sido.