La nueva exposición de Guillermo Mora en la sala Alcalá 31 de Madrid resitúa su obra a medio camino entre la escultura y la arquitectura.
También se puede pensar con las manos: lo dijo Guillermo Mora el otro día mientras paseábamos por su exposición en la sala Alcalá 31 de Madrid con la comisaria Pía Ogea. Nos encontrábamos delante de una obra suya de 2009, Hacer tiempo, un revoltijo colorido y amontonado en el suelo de piezas pequeñas y pedacitos de cosas: guirnaldas de confeti, papeles plisados o estrujados, cajitas de misteriosos envoltorios, cartuchos, cintas, cuentas de plástico. Todas habían pasado por sus manos en su estudio, como formas de hacer tiempo y de pensar literalmente con las manos, y las comparó con los garabatos que hacemos con la cabeza en otra cosa mientras hablamos por teléfono. La obra (o suma de obras) era, en ese sentido, una pequeña retrospectiva, un bloc de notas en tres dimensiones, un almacén de ideas y un mapa mental para orientarse por la cabeza de Mora: el vaivén entre lo grande y lo pequeño, lo manual y lo mental, la forma y la idea, de un pintor decidido a cuestionar los límites de la pintura...
El País: Cuando el arte piensa con las manos