La célebre artista portuguesa ha fallecido a los 87 años en Londres, a donde se trasladó definitivamente en 1975 abriendo así una nueva exploración en su inquietante obra.
Paula Rego solía decir que cuando pintaba no quería olvidar, sino que estaba intentando recordar. Esa voluntad de memoria le llevó toda la vida. La artista portuguesa, nacida en Lisboa en 1935, falleció ayer en Londres después de años de retiro, algo ajena ya a los vaivenes del mundo. El tiempo se puso de su parte hace dos décadas, después de otras tantas de trabajo, y en el último tramo de existencia quedó afianzada como una de las artistas europeas más relevantes de la segunda mitad del siglo XX y el arranque del XXI.
En su obra desplegó una mirada convulsiva que tenía la infancia como motor, los animales como obsesión, el feísmo como contramoral. Una fiesta torcida y sucesiva que adquiere su esplendor cuando la extrañeza prende en quien mira. Su territorio fue el de la figuración y remite a una expresión conmovedora y enérgica que echa sus raíces en los sustos y los temblores de la niñez. En 1975 trasladó los bártulos a Londres y allí estableció su perímetro inflamable. La crítica al autoritarismo y una clara vocación crítica son otras dos de las tomas de tierra de su trabajo. Algunas de sus series denuncian la práctica del aborto clandestino en Portugal, la explotación sexual o la mutilación genital femenina. Sus cuadros y esculturas son una larga secuencia obsesiva de temas contra los que ha militado durante más de 60 años. Y, sin embargo, no es una artista de panfleto...
El Mundo: Muere Paula Rego, conciencia de la pintura convulsa