La plaza y la torre

Networks, Hierarchies and Global Power

Niall Ferguson 
30/04/2019


La combinación de innovación tecnológica e integración económica internacional ha dado lugar a redes de todo punto nuevas. Y cabe preguntarse: ¿va a ser nuestra época una repetición del periodo posterior a 1500, cuando la revolución de la imprenta desató una oleada revolucionaria tras otra? ¿Nos liberarán las nuevas redes de los grilletes del Estado administrativo como liberaron las redes de los siglos XVI, XVII y XVIII a nuestros ancestros de los grilletes de la jerarquía espiritual y secular? Una utopía libertaria de netizens libres e iguales tiene cierto atractivo, sobre todo para los jóvenes. Y los dueños de Silicon Valley tienen todo el interés del mundo en teñir de romanticismo el futuro. Sin embargo, la historia de la futurología nos da pocas razones, si no ninguna, para esperar que esta visión utópica se haga realidad.

Si la consecuencia principal de la robótica avanzada y la inteligencia artificial va a ser un desempleo a gran escala, desde luego hay unas probabilidades bastante bajas de que la mayoría de la humanidad acepte sin rechistar dedicarse a pasatiempos inofensivos a cambio de una renta básica. Por otra parte, no se puede descartar la sospecha de que, pese al fervor utópico, hay fuerzas menos benignas que han aprendido ya a usar y abusar de las ‘cognosfera’ en su propio beneficio.

La historia nos ha enseñado que confiar en las redes para dirigir el mundo es una forma segura de acabar en la anarquía. Los que vivieron las guerras de las décadas de 1790 y 1800 aprendieron una lección importante: a menos que uno quiera cosechar una tempestad revolucionaria tras otra, es mejor implantar un orden jerárquico en el mundo y darle legitimidad. En el Congreso de Viena, las cinco grandes potencias acordaron establecer un orden de tales características, y la pentarquía que formaron proporcionó una estabilidad notable durante buena parte del siglo siguiente. La alternativa es que una nueva pentarquía de grandes potencias asuma el interés común de resistir la difusión del yihadismo, la delincuencia y el cibervandalismo o el cambio climático.

Muy apropiadamente, los artífices del orden posterior a 1945 crearon la base institucional de la nueva pentarquía en la forma de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, institución que conserva el importantísimo marchamo de la legitimidad. La gran pregunta geopolítica de nuestro tiempo es si esas cinco potencias serán capaces de hacer causa común una vez más, tal como hicieron sus predecesoras en el siglo XIX.

Cuando se construyeron las primeras grandes torres en Nueva York, se juzgó que eran un lugar lo bastante imponente para albergar las corporaciones jerárquicas que dominaban la economía estadounidense. Por el contrario, las empresas tecnológicas dominantes en la actualidad evitan lo vertical. La sede central de Facebook en Menlo Park, diseñada por Frank Gehry, es un extenso recinto de oficinas diáfanas y espacios lúdicos. El edificio principal del nuevo Apple Park en Cupertino es una nave circular gigantesca de solo cuatro plantas, diseñada por el difunto Steve Jobs, Norman Foster y Jonathan Ive. El nuevo cuartel general de Google en Mountain View, en un espacio natural protegido, será una oficina sin cimientos ni plano de planta, que emula así la red en constante evolución que hospeda. Silicon Valley prefiere no levantar demasiado la cabeza, y no solo por miedo a los terremotos. Su arquitectura horizontal refleja el hecho de que se trata del núcleo más importante de la red global: la plaza mayor del mundo.

Al otro extremo de Estados Unidos, sin embargo —en la Quinta Avenida de Nueva York— se alza la torre Trump, que representa una tradición organizativa de todo punto distinta. Y ninguna otra persona en el mundo es más decisiva en la elección entre anarquía en red y orden mundial que el propietario ausente de esa torre oscura.

Este texto es un extracto del libro La plaza y la torre (Debate, 2018).


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